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    Z, la ciudad perdida
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Z, la ciudad perdida

    La jungla interior

    por Daniel de Partearroyo

    Funambulista audaz del Hollywood actual, el neoyorquino James Gray pertenece a esa clase de directores capaces de hacer equilibrios con sistemas de producción hostiles hacia la creatividad para conseguir sacar adelante obras absolutamente personales y distintivas. Su condición de autor con mayúsculas (ha escrito y dirigido todas sus películas hasta la fecha) dentro de una industria con escasas fisuras, de la que utiliza intérpretes conocidos para levantar proyectos que si no difícilmente contarían con presupuesto suficiente para llegar a las carteleras, no queda muy lejos de lo que supuso Terrence Malick en cierta época (anterior a El árbol de la vida, claro). Sin embargo, la estirpe de Gray, inclinado hacia la narración clásica poblada por personajes en conflicto con sí mismos a quienes los lazos familiares y las posiciones de clase se les marcan sobre la piel, remite a figuras anteriores, más clásicas y estables, como el siempre literario John Huston. Y no es nada extraño pensar en el director de El tesoro de Sierra Madre (1948) o El hombre que pudo reinar (1975) cuando se ve la última película de James Gray.

    Z, la ciudad perdida cuenta la historia del explorador Percy Fawcett (Charlie Hunnam), un militar británico que en 1906 viajó a Brasil por encargo de la Royal Geographical Society para cartografiar la poco clara frontera con Bolivia, motivo de disputa durante la época de explotación del caucho. Una vez allí, Fawcett descubrió pequeños restos arqueológicos que podrían evidenciar la existencia de una avanzada civilización prehistórica en la selva. La localización de su ciudad perdida, a la que bautizó como Z, se convirtió en la obsesión del resto de su vida, lo que le llevó de vuelta a la Amazonia en más ocasiones, que en el filme han sido concentradas en otros dos viajes, el último de ellos acompañado por su hijo Jack (Tom Holland). Quizás usando como impulso ese importante componente paternofilial sacado de la realidad, lo que podría haber sido una película de aventuras selváticas movidas por el afán de descubrimiento mutado en obsesión absorbente a lo Werner Herzog (algo que no falta en la narración; hasta hay un guiño directo a Fitzcarraldo), en manos de Gray se convierte, en realidad, en un drama familiar cuyos temas rectores son el sacrificio y el abandono de los seres queridos, más que la supervivencia en la jungla.

    Es decir, lo que hace siempre el director de La noche es nuestra: tomar un género de códigos bien definidos para llevarlo a su terreno de investigación predilecto. No por eso a Z, la ciudad perdida le faltan secuencias de exploración selvática, luz filtrada entre la vegetación, peligros arrastrándose por el suelo o lanzas envenenadas surcando el aire. Pero la narración es reposada, nada adrenalínica; el ímpetu se deja para el avance del tiempo mediante elipsis, la necesidad de convencer a través de la retórica a un incrédulo auditorio para que financie tu siguiente expedición o la aparición de contratiempos como la Primera Guerra Mundial (ojalá James Gray haga una película bélica en el futuro; aquí demuestra que sería magnífica). El núcleo del drama está en casa, donde Nina Fawcett (Sienna Miller) sufre y absorbe la obsesión de su marido, dando aire a un relato férreamente masculino cada vez que su perspectiva entra en la narración; y donde los claroscuros con velas de Darius Khondji lucen mejor filmados en 35mm. Son los insertos de esa vida doméstica, que acuden a la mente de Percy cuando se ve en peligro, los trazos de distinción de un cineasta en proceso de maduración y búsqueda de nuevos desafíos. Uno que, como su protagonista, hace malabarismos para saciar su sed de aventura sin perder demasiado el contacto con lo que deja en casa.

    A favor: Ese. Plano. Final.

    En contra: Hay indicios para pensar que estamos ante un título de transición dentro la filmografía de Gray, donde prueba ciertos recursos narrativos que seguramente empleará con mayor convicción en el futuro.

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