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    Las altas presiones
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Las altas presiones

    El espacio intermedio

    por Carlos Losilla

    Como bien saben, la literatura y el cine están llenos de regresos. Desde aquel guerrero griego que vuelve a su patria en La Odisea hasta el director de cine que también emprende un viaje de retorno al hogar en La mirada de Ulises, pasando por el vagabundo John Wayne de Centauros del desierto, que nunca logrará establecerse en ningún sitio, el hecho de pisar de nuevo un paisaje conocido, o bien el de la niñez, o el de la juventud, trae a la vez recuerdos y una distancia insalvable: la del tiempo que nunca se podrá recuperar. Eso también tiene que ver con el exilio, por supuesto, y no es extraño que el cine español reciente esté lleno de huidas y deambulaciones. ¿Será porque ya no nos gusta estar aquí, y porque el cine nos da la oportunidad de escapar? Quizá, pero lo cierto es que ya no se trata de una evasión cualquiera, sino consciente: nos vamos porque este país se está convirtiendo en una tierra en la que ya no se puede vivir. En cualquier caso, esta bellísima película de Ángel Santos, Las altas presiones, habla de eso, de cómo volver es siempre reconvertir el recuerdo en dolor, y de qué se puede hacer para solucionar eso. Pues esta no es una propuesta ni optimista ni pesimista, sino todo lo contrario.

    Ese término medio, tan bello y sugerente, está en el centro de la película. La historia de Miguel (Andrés Gertrudix, uno de los pocos actores de este país que sabe practicar el underplay), cineasta que regresa a Pontevedra para filmar las localizaciones de una película que no va a dirigir, se encuentra allí con amigos, paisajes, rostros, cuerpos, todo ello a la vez familiar e inquietante, lo que Freud llamaba “lo siniestro”. Y se encuentra también con la posibilidad de un nuevo amor (Itsaso Arana, quizá el gran descubrimiento del film, tras Los primeros días) con el que habla, intenta un acercamiento casi siempre frustrado, intercambia miradas mudas pero elocuentes...  No, no se trata de una de esas películas “intimistas” que luego terminan siendo cursis, sino de una propuesta adulta y seria. Miguel se va porque está perdido, pero a la vez no se va de su país, como si se resistiera a ello e intuyera que aquí aún hay algo que hacer, empezando por la cuestión sentimental. Y siguiendo por todo lo está ahí fuera. Y terminando con el propio cine.

    Pues Las altas presiones es una película de amor y de cine, pero en serio. Santos no se dedica únicamente a fotografiar paisajes, sino que en cada momento está decidiendo cuál será la manera más adecuada de filmarlo todo. El cine parece que ya es ajeno a Miguel, pero también intenta recuperarlo, como hace con el amor. Y ese tira y afloja constante da lugar a escenas contemplativas, pero a la vez llenas de “movimiento”, porque se trata de un movimiento interno, de una energía que la traspasa de principio a fin. Puede parecer estática, pero ese es el reflejo del personaje (también es una película romántica, en el sentido de Heine o Novalis), captado en un momento de parálisis emocional. Y también de un país, petrificado en su propia miseria. Si por esas ruinas deambula una generación, o varias, que está buscando algo más, ello quiere decir que no todo está perdido, que en cualquier momento puede ponerse de nuevo en movimiento. Como está haciendo, por cierto, el cine español más joven. En fin, junto con Los exiliados románticos, de Jonás Trueba, esta es la película de aquí que más nitidez está hablando de huidas, retornos, diásporas en círculo, reconciliaciones... Pues ¿qué hay entre el cine y la vida? Sin duda, un espacio en el que habitamos y que hay que filmar de la manera más honesta posible.

    A favor: Un grupo de actores excepcional, un tono de melancolía que nunca juega al sentimentalismo ni la nostalgia.

    En contra: Pues no lo sé, la verdad.

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