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    Superpoli en Las Vegas
    Críticas
    1,5
    Mala
    Superpoli en Las Vegas

    El gordo que sabía demasiado

    por Suso Aira

    Uno, que es extremadamente receptivo hacia cualesquier manifestación humorística y/o comediante, debe confesar que, a veces, se lleva chascos y (raro en mí, que soy de risa fácil) y no esboza ni una sonrisa con alguna que otra comedia. Sí, el humor es algo muy personal, y como tal, personalmente confieso que Superpoli de centro comercial, el éxito (en Estados Unidos, que aquí no) que ha dado pie a esta secuela, no me hizo ni puñetera gracia. Podría ser que fuera porque Kevin James en solitario (con Will Smith y, sobre todo, con Adam Sandler sí que lo es) tampoco me parece gracioso, y aquella parodia light, infantilona y tontorrona de Jungla de cristal que fue la seminal aventura del seguratame aburrió tanto o más que la subsiguiente Zooloco, otro one man show del orondo cómico.

    Con esta secuela me ha vuelto a pasar lo mismo. Sé que hubo un tiempo, o hubieron otros actores, en los que un pantalón que se rasga por detrás para dejar a la vista unos calzoncillos o una caída aparatosa hacían que me desternillara en la sala de cine. Con James no me sucede, y menos aquí, en una continuación desangelada que multiplica por mil su infantilismo (se trata de un producto Disney) y desaprovecha desafortunadamente la utilización del slapstick de toda la vida. Concatenación de tropiezos, persecuciones autistas e interminables diálogos para besugos, Superpoli en Las Vegas te hace añorar a Oliver Hardy o a Jerry Lewis. Uno se imagina lo que habría conseguido Lewis con ese marco de los casinos y hoteles de Las Vegas como escenario de mil y un gags posibles. Kevin James y Andy Fickman (el anodino responsable de dirigir la película) no dan una a derechas, y eso es bastante triste. Sí que me pareció curioso que el esquema (mínimo) argumental de esta continuación tomara prestado elementos del Solo contra el hampa de Frank Tashlin y Danny Kaye, aunque solamente lo hiciera para luego diluirlo en el, digamos que peculiar, modus operandi cómico de Kevin James. Pero ya digo, esto de la risa es muy subjetivo e igual es usted, querido lector, uno de los que se parten con las ocurrencias de este gordito relleno con uniforme.

    A favor: tras verla tienes ganas de hacerte un ciclo de El Gordo y el Flaco nada más llegar a casa.

    En contra: no tiene gracia; ninguna. 

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