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    Lo que hacemos en las sombras
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Lo que hacemos en las sombras

    Vampiros en las antípodas

    por Gerard Casau

    A este crítico no le consta la existencia de ningún cuento de vampiros que transcurra en Nueva Zelanda. Y, sin embargo, para Jemaine Clement y Taika Waititi las antípodas son un escenario tan bueno como los Carpatos para ambientar Lo que hacemos en las sombras. Quizás esto se deba al hecho de que los cuatro protagonistas de su historia no viven en castillos de lujo decadente alzados ominosamente en el pico de una montaña, si no que se ven obligados a compartir un caserón más mugriento que terrorífico en un barrio residencial; algo que los convierte en una especie de versión con colmillos de los inigualables y desastrados personajes imaginados por Rik Mayal en la serie The Young Ones.

    Vampiros que comparten piso. Ese es el high concept que da vida a Lo que hacemos en las sombras,  sembrando ciertas dudas sobre su capacidad para sobrevivir a la enunciación del gag y sostener un largometraje, con el handicap añadido de escoger un dispositivo formal tan quemado en los últimos tiempos como es el mockumentary. Incluso podemos hallar un filme belga que parte de una premisa similar: Vampires, de Vincent Lannoo. Por eso, el triunfo de Clement y Waititi pasa por no dormirse en los laureles de su innegable ingenio, resistiéndose a la deriva y disolución inherente al formato de falso documental (que da carta blanca a la interrupción brusca, las elipsis discriminadas y la negación del cierre del relato) para trabajar unos personajes increíblemente carismáticos, dotados de arco argumental e incluso de cierta gravitas (que no llega a empañar el tono de comedia pura del filme) y de background: véase el trauma que Vladimir (Clement) arrastra a causa de su némesis, La Bestia, un ser abismal que acaba resultando más prosaico de lo que parecía. En otras palabras, Clement y Waititi no solo muestran, si no que también cuentan.

    En algunos casos, la risa es provocada por la fricción entre el registro casual de la escena y lo fantástico (o monstruoso) que resulta lo que vemos (esto se hace especialmente evidente en las secuencias conducidas por Viago, el formal y modoso vampiro al que da vida Waititi). En otros, el terreno se prepara mediante equívocos lingüísticos (como la similar pronunciación de “fought” y “fuck”). Por último, los autores también aprovechan las convenciones de lo sobrenatural para crear gags puramente visuales, como aquel momento en que la cámara enfoca a un grupo de vampiros bailando en una fiesta que sirve de reunión anual para los monstruos, para luego desplazar el encuadre hasta un espejo que devuelve un reflejo completamente distinto, en el que solo aparecen un animado zombi y un humano dando vueltas sobre sí mismos rodeados de chupasangres invisibles. Ya sea de un modo o de otro, Lo que hacemos en las sombras sirve de revalida para la escuela humorística de Jemaine y Waititi (meimbros destacados del equipo creativo de Flight of the Conchords), y constituye una de las comedias más solidas que se estrenarán esta temporada.

    A favor: Que el brío no decaiga en ningún momento.

    En contra: Que se perciba como un falso documental más.

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