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    La batalla de los sexos
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    La batalla de los sexos

    Una luz que nunca debería apagarse

    por Alberto Corona

    En los tiempos que vivimos es prácticamente imposible abordar un film como La batalla de los sexos desde un punto de vista exclusivamente cinematográfico, si consideramos exclusivamente como cinematográfico lo relativo a una cuidada puesta en escena, un estupendo reparto y un incisivo guión. Todo esto lo tiene, y a manos llenas, la nueva película de Jonathan Dayton y Valerie Faris, pero su validez como objeto cultural va más allá de lo primorosamente manufacturado. Así que sí, va a haber que ir considerándola desde ya, y pese a quien pese, como una de esas películas que llaman ‘necesarias’. 

    Y no por una cuestión política; a fin de cuentas, el material de partida tiene bastantes limitaciones, y quien quiera encontrar un ensayo sobre feminismo sesudo, documentado y revelador pues… mejor que se vuelva a ver Mad Max. Furia en la carretera, y vibre. La batalla de los sexos, anacrónica desde el propio título, tiene sin embargo más validez ideológica y narrativa que, por ejemplo, la apuesta de idéntico cariz del año pasado, cuando Figuras ocultas alardeó del mismo paternalismo que el guión de Simon Beaufoy esquiva tan habilidosamente. Porque a dicho libreto le basta con ser de lo más efectivo en su función primordial, que no es otra que la balsámica.

    Anunciar una obra como feminista en los tiempos de Donald Trump y la sucesión de escándalos sexuales que sacude Hollywood suponía una gran responsabilidad, que Dayton y Faris sortean limitando sus preocupaciones a contar de la mejor manera posible esa anécdota extraordinaria que atañía a los tenistas Billie Jean King (Emma Stone) y Bobby Riggs (Steve Carell), contrincantes en una disputa que en 1973 aglutinó machismo, paridad, homosexualidad y sororidad. Los directores de Pequeña Miss Sunshine no han querido resolverla dejándose cosas en el tintero, y es por ello que a la película hay quien la ha acusado de confusa, cuando lo cierto es que en ella lo único confuso son los personajes.

    Esa Billie Jean superada por el papel histórico que le ha tocado jugar y la asunción de su sexualidad, ese Bobby al que ni las más gruesas payasadas consiguen disimularle la tristeza, ese marido (Autin Stowell) que sabrá que lo más importante es el tenis aun con su matrimonio a punto de resquebrajarse… El film respira a través de sus personajes, y la realización se pliega dócilmente a ellos regalándoles escenas portentosas como ese corte de pelo íntimo y sensual, esas llamadas de teléfono a mitad de la noche, o ese momento en los vestuarios en los que Billie desahoga toda su presión.

    Gracias a todo esto, La batalla de los sexos trasciende su condición de feel good movie a base de abrazarla sin contemplaciones, con todos y cada uno de sus mecanismos montados para que el público sonría, trague saliva y al final llore sin saber muy bien por qué. Quizá, simplemente, porque el cine a veces puede ser algo así, y puede asegurarnos que por mucha oscuridad que nos envuelva siempre habrá, o debería haber, una luz. De ahí, y no de otro sitio, viene la necesidad de La batalla de los sexos.

    A favor: Steve Carell está sensacional en el papel de este “cerdo machista”, sobre todo si suena George Harrison mientras hace como que entrena.

    En contra: El partido final está rodado con una pereza intolerable para lo que no deja de ser una película de deportes.

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