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    Captain Fantastic
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Captain Fantastic

    Refugiados del capitalismo

    por Paula Arantzazu Ruiz

    Desde que el autor americano Henry David Thoreau escribiera Walden, la vida en el bosque (1854), la huida hacia lo más profundo de la naturaleza se ha convertido en el imaginario de Estados Unidos en la imagen de cierta pureza intelectual y espiritual. La idea de que la sociedad corrompe al individuo no sólo hizo fortuna durante la mitad del siglo XIX, cuando el movimiento del romanticismo en Estados Unidos, heredero de la filosofía trascendentalista, arraigó con fuerza en las mentes y corazones de muchos jóvenes, sino que ha mantenido su llama bien viva gracias a los distintos movimientos contraculturales que desde la generación Beat hasta hoy día todavía hacen de esa fuga del mundanal ruido su marca artística. Pues bien, Capitán Fantastic, lo nuevo de Viggo Mortensen a cargo de Matt Ross (Silicon Valley) y una de las sensaciones del último Festival de Cannes, donde se llevó nada más y nada menos que diez minutos de apasionados aplausos tras su pase en Un certain regard, es una nueva exploración, ahondando en sus luces y sus sombras, de la utopía americana de la vida en el bosque. 

    En lo más profundo del monte de Oregón viven, así pues, Ben Cash (Viggo Mortensen) y su prole de seis fortachones y decididos cachorros, tres hijos y tres hijas de entre 7 y 18 años, a quienes entrena y educa de manera inflexible -entrenamientos al alba corriendo por la montaña y lecturas sesudas durante la jornada- y a los que ha hecho crecer sin electricidad, sin comodidades y alimentándose sólo de lo que la naturaleza ofrece. De hecho, el filme de Matt Ross arranca en mitad del bosque, en pleno rito de iniciación de Bo (George MacKay), el mayor de su camada, en una secuencia que nos advierte de que la película que vamos a ver se toma muy en serio la vida alternativa de sus protagonistas. Pocos atisbos de duda parece guardar Ben acerca de la crianza de sus hijos al margen de la sociedad de consumo hasta que llega el hecho que cataliza el conflicto del largometraje: el suicidio de Leslie, su mujer y madre de los niños y niñas, internada desde hace tiempo por sufrir una serie de trastornos depresivos severos. Con el fin de despedirse de la esposa y progenitora, y a pesar de la amenaza del abuelo materno (Frank Langella), que no perdona a Ben el tipo de vida por el que optó su hija, la familia antisistema baja de los bosques camino al supuesto mundo civilizado en un viaje que aparece como el tramo más divertido de la película. El guión de Ross no escatima en el consecuente contraste entre los niños asilvestrados y la sociedad urbanita, tomando, obvio, clara posición por los protagonistas, asombrados por los cuerpos fofos, la adicción tecnológica o la pereza intelectual que parece dominar el actual estilo de vida americano.

    Pero aunque Ross no disimula lo mucho que quiere y admira a sus bravos defensores del izquierdismo moral, en lo que a todas luces es una colleja al hiperconsumismo y cierta atrofia política estadounidense, también intenta acercarse a los perjuicios que acarrea toda postura radical. Una vez los Cash aterrizan en el mundo real, el progenitor acaba por darse cuenta de que hay cuestiones del ser humano que ni siquiera la fe en Noam Chomsky puede ayudar a comprender; y es en ese momento cuando Ross comienza a poner en duda la solidez de esta familia y la infalibilidad del patriarca, a quien Mortensen sabe dotar de una fragilidad repleta de sutileza. Las familias disfuncionales son uno de los temas preferidos del cine indie americano y Ross engrosa la tradición primero con el violento encontronazo entre Ben y la familia de Leslie durante el funeral, en una secuencia medida a la perfección y que condensa todos los conflictos que encierra el filme; y luego con otros tantos accidentes  y reproches que inciden en que no hay verdad absoluta en lo que a formar una familia se refiere. No obstante, aunque Ross intenta hacer malabarismos en lo que simpatías se refiere, queda claro casi desde el principio que lo suyo no es la escala de grises y si algo se echa de menos en su Capitán Fantastic es la idea, o al menos la sugerencia, de que el asfalto no está reñido con el pensamiento crítico.

    A favor: Viggo Mortensen y su prole de niños salvajes. El reparto del año.

    En contra: La versión de Sweet Child O’Mine que suena en el clímax del filme es preciosa, por lo que es una pena que la escena a la que acompaña esté rodada como si fuera un videoclip.

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