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    El pequeño Quinquin
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    El pequeño Quinquin

    ¿Película? ¿Serie? ¿Comedia? ¿Thriller? ¿Documental?: obra maestra

    por Quim Casas

    Secretos de un matrimonio y Fanny y Alexander, los dos opus televisivos de Ingmar Bergman, se estrenaron en sala comercial en sus montajes recortados por el propio director y varios años después pudieron verse por televisión, aparentemente su receptáculo natural. Hoy esto, en la relación entre cine y televisión, ya no es así. La miniserie Carlos de Olivier Assayas se presenta en el festival de Cannes, se pasa inmediatamente después por el Canal + francés y al poco tiempo se edita en DVD en un pack que incluye los dos montajes, el ideado para los cines y el concebido para la antes llamada pequeña pantalla. Series anglosajonas como True Detective, The Fall o The Knick pueden verse, al margen de que un solo director se haya hecho cargo de todos los episodios, como ficciones televisivas estructuradas en forma de largo, larguísimo, largometraje. No es solo el estilo visual, el que convierte Perdidos o Mad Men en series tan cinematográficas, sino la estructura y cadencia del tiempo (¿Fílmico? ¿Catódico?)

    El pequeño Quinquin se sitúa, más que ninguna de las citadas, en esta atractiva encrucijada, disyuntiva o interacción de valores: en España se estrena en salas el mismo día que comienza a emitirse por Movistar Series. El cine y la televisión suman fuerzas y se confunden entre sí, algo que ya profetizó Hitchcock con su serie Alfred Hitchcock presenta y después con Psicosis, aunque nadie le hiciera mucho caso. Recogería el testigo el David Lynch de Twin Peaks, precisamente uno de los modelos más reconocibles para el El pequeño Quinquin: la ecuación perfecta entre la imaginería, estética y ética del nuevo formato y algunas de las obsesiones temáticas y visuales habituales de su director, Bruno Dumont. Si Twin Peaks se situaba en un terreno similar al de Terciopelo azul, aunque con enmascaramiento lúdico de culebrón televisivo, El pequeño Quinquin enlaza con L’humanité, el segundo filme de Dumont, centrado también en una encuesta policial llevada a cabo por un extraño e inaprensible personaje de fantasmático nombre, Pharaon de Winter.

    Van der Weyden se llama el comandante de policía que se encarga de investigar una serie de asesinatos rituales en un pueblo tan apacible en primera instancia como lo eran el Lumberton y el Twin Peaks lynchianos. Caracterizado por su manera cómica de andar y sus numerosos tics faciales, Van der Weyden es algo así como una mixtura imperfecta entre Totò, Clouseau y los héroes más torpes del slapstick. Su ayudante, el teniente Carpentier, podría ser igualmente cualquiera de los simplones y toscos gendarmes que secundaban a Louis de Funès en la popular serie de los años sesenta y setenta. Dumont conjuga su propio verbo con el de algunos otros. Si Lynch acató en teoría las normas del folletín televisivo, el director de Camille Claudel 1915 parece trabajar sobre las de las exitosas (y banales) comedias galas recientes que nos retratan la confrontación entre universos culturales antagónicos, modelo Bienvenidos al Norte de Dany Boon.

    Pero Dumont habla con conocimiento de causa porque la historia acontece en la región norteña de su familia, el Nord-Pas-du-Calais, de ahí que esta miniserie/largometraje de 200 minutos (o cuatro capítulos) sea a la vez una comedia absurda y muy divertida (la ya célebre secuencia del funeral con el organista enfebrecido, dos risueños sacerdotes, un grupo de majorettes en la iglesia y una adolescente que entona épicas melodías pop), un thriller macabro (los restos desmembrados de la primera persona asesinada son hallados dentro de una vaca muerta) y un documento antropológico sobre el día a día veraniego de unos personajes algo atávicos, que siguen hablando en ch’ti y venerando la figura del pequeño Quinquin (Le petit enfant) transmitida de generación en generación a través de una popular canción del siglo XIX.

    Comedia y Dumont parecían dos conceptos irreconciliables. El pequeño Quinquin nos demuestra una inesperada vis cómica en el feroz director de Twentynine Palms y Hors Satan sin que por ello varíe de estilo, orientación, ambientación de sus historias e incluso coordenadas genéricas. No representa un giro; es una meditada prolongación.

    A favor: todo.

    En contra: nada.

     

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