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    Una vida a lo grande
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Una vida a lo grande

    Encoger para volver a mirar a la realidad

    por Israel Paredes

    Una vida a lo grande se cierra con unas imágenes basadas en un simple plano contraplano que, posiblemente, se encuentran entre las más bellas que hemos podido ver a lo largo de este año que se acaba. Porque desde su sencillez dotan de mayor significado a lo expuesto en una película algo irregular en su segundo acto y de metraje excesivo; también porque, pasado el tiempo, se recuerdan y ayudan a entender mejor una propuesta, desde un plano discursivo amplio, muy ambiciosa y que, quizá por ello, no acaba de encontrar un equilibrio total con todos los elementos expuestos, algo que, por otro parte, no evita que estemos ante una película con hondura en su reflexión.

    Cuatro años ha tardado Alexander Payne en volver a dirigir desde Nebraska. De hecho, el guion de Una vida a lo grande, título que no alcanza a los diferentes significados del original, Downsizing, coescrito junto a Jim Taylor, habitual del cine de Payne, había pasado por muchas fases hasta conseguir que saliese hacia delante. Es evidente que estamos ante una película extraña en su concepción en cuanto a la combinación de un planteamiento de ciencia ficción -la posibilidad de reducir la materia orgánica, incluida el ser humano, para conformar una realidad paralela a la conocida y que suponga, a priori, un ahorro que pueda salvar a la larga a la Tierra-, con la comedia y el drama en una visión muy clásica: en Una vida a lo grande, en este sentido, Payne lleva a cabo un diálogo muy claro con cierta construcción del cine clásico que tiene en el personaje de Paul (Matt Damon) el elemento vehicular para ello en su desarrollo. Primero en su caída, tras la crisis económica, en un descreimiento hacia el mundo que conoce, dejándose, junto a su mujer, Audrey (Kristen Wiig), en un primer momento, seducir por ese mundo en miniatura; después, por el desencanto una vez que comienza a vivir su nueva vida; a continuación, en el reesdescubrimiento de una realidad que, aunque en el mundo en tamaño normal también existía, aparece ante él de manera cruda de la mano de la activista vietnamita Ngoc Lan Tran (Hong Chau); y, finalmente, con la reevaluación a un nivel moral de su vida y de la realidad. Un proceso de aprendizaje, o, mejor dicho, de reconsideración de la vida y del lugar que ocupa en la sociedad que Payne utiliza, a modo de fábula, para hablar del hombre de clase media norteamericano y, por extensión, guste o no, posiblemente del resto. Algo así sitúa a Una vida a lo grande en un claro plano político que tiene en su discurso tanta ironía como hondura en su reflexión, intentando en la medida de lo posible no caer en lo obvio –aunque en determinadas cuestiones lo hace- ni en lo subrayado –que, igualmente, en ciertos pasajes, no puede evitarlo-. Y lo es porque Payne y Taylor dotan a la película de un profundo calado humanista en tanto a que plantea la reconsideración de una forma de vida, la actual, de sus problemáticas, de sus dolencias. Aunque el uso del mundo en miniatura, que entrega momentos magníficos, acaba por perder durante el transcurso de la película su fuerza en tanto a comparación con el mundo 'normal', sirve para mostrar que ciertas diferencias, e incluso ideologías, poseen siempre un reverso bajo su pulcra superficie, apuntando hacia la complejidad del ser humano y las construcciones sociales que acaba dando forma y que tiene en el personaje de Dusan Mirkovic (Christoph Waltz) su mejor representación.

    Como recontextualización de las fábulas morales del cine clásico, Una vida a lo grande no esconde cierta inocencia, ironizada, eso sí, a la hora de plantear sus imágenes y su discurso. Quizá Payne no ha dotado a éstas de una mayor personalidad, aunque sí consigue crear en cada pasaje de la película una realidad que se corresponde con el proceso de Paul y, sobre todo, con la forma que tiene de observar, entender y construir la realidad. Ahí Payne actúa con gran sutilidad en casi todo momento, dejando que sea la mirada de Paul la que condicione, a su vez, la manera en que miramos a los personajes y a aquello que les rodea en busca, evidentemente, de intentar hacer ver que deberíamos mirar a nuestro alrededor de otra manera. No es cuestión, quizá, de reducir elementos, pero sí ampliar el alcance de la mirada. Por eso Payne, siguiendo la correlación entre la película y Paul como elemento central, nos plantea una narración que va de una idea general y que, en principio, afecta a todo el mundo, a lo íntimo, a un personaje, Paul, quien se aleja de la realidad en busca de una vida mejor para descubrir, como muestran esas hermosas imágenes finales a las que hacíamos referencia al comienzo, que quizá se trate ante todo, y no es poco, de aprender a mirar de nuevo a lo que nos rodea y, así, comprender mejor nuestra realidad.

    A favor: Matt Damon, todo el primer acto, y la hondura de la reflexión de Payne y Taylor y cómo elaboran una narración que dialoga en sus formas y en su construcción con cierto cine clásico.

    En contra: Que el desarrollo del segundo acto es irregular y posee demasiados puntos muertos que ralentizan demasiado la película.

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