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    La maniobra de Heimlich
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    La maniobra de Heimlich

    ¡Glups!

    por Suso Aira

    Como si se tratara de un making of cañí, barato, desencantado y finalmente lúcido de aquella maravilla dirigida por Curtis Hanson titulada Jóvenes prodigiosos, este film de Manolo Vázquez también se acerca, con una premisa tanto vampírica como de distanciamiento irónico (cuando no directamente de mala leche) a ese lugar sin nombre, el de la literatura y la genialidad… en estado de sequía profunda.

    Utilizando el recurso de falso documental, La maniobra de Heimlich no sólo se muestra inmisericorde con ese autor de una única novela de éxito (para más inri surgida de una tragedia personal a la cual no duda en exprimir cual chupasangres a su lánguida víctima), penetrando en su mediocridad creativa, que trata de disfrazar con los tics el traje nuevo del emperador de todo escritor endiosado, o endiosado una vez. También es cruel, mucho más si cabe, con el mundillo literario, con esa feria de las vanidades y de las apariencias. Es verdad que la película fuerza bastante ese elemento paródico y excesivo, caricaturesco (lo que no quiere decir que la fauna que allí pulula y a la que se retrata sin ninguna simpatía o sin dejarla que se defienda o se pierda por sí misma, no sea tal como la vemos), que a veces parece que alguien aplicara ese manual coral berlanguiano (una La escopeta nacional del coto cultural e intelectual español) un tanto con el piloto automático. Tampoco es un pecado mortal, y menos cuando entra en escena el metalenguaje (no menos malvadote) con la idea de adaptar esa novela sobre la novia que murió atragantada. Cine dentro del cine, por mucho look y formato de reportaje o de documental, que a Vázquez (un recién llegado a pesar de todo) le sirve para saldar, se supone, ciertas cuentas pendientes o que llegarán a estarlo algún día. Digno heredero de su padre, el gran Vázquez de los tebeos Bruguera, y todo un personaje en su vida real (busquen el biopic El gran Vázquez de Òscar Aibar con Santiago Segura), el director de este pequeño retablo de impresentables se inspira en las tiras cómicas ochenteras de su padre, las más cafres, las más llenas de bilis y las más desmañadas. Ese tono le va que ni pintado al que puede presumir de ser, a pesar de sus disculpables carencias, el mockumentary más cabronazo de la historia de nuestro cine.

    A favor: su cruel retrato de la intelctualidad nacional.

    En contra: a veces pierde el ritmo.

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