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    La tragedia de Peterloo
    Críticas
    3,5
    Buena
    La tragedia de Peterloo

    La tragedia de Peterloo: didáctica de la lucha obrera

    por Paula Arantzazu Ruiz

    La lucha emancipadora de la clase trabajadora no se entiende sin toda una serie de procesos –largos, intensos y contradictorios– que no siempre concluyeron triunfantes pero que han sido determinantes para el devenir de nuestra Historia; y el cine, por su parte, ha tratado de retratar las derivas del movimiento obrero a través, en su mayoría, de dilatados largometrajes que, en busca del detalle, pueden verse como murales de esas batallas sociales e ideológicas y nos ayudan a comprender, desde el melodrama o el distanciamiento, cómo eran, vivían, pensaban y qué exigían los héroes y heroínas del proletariado. En esta línea se sitúa Mike Leigh cuando en La tragedia de Peterloo apuesta por explicarnos la masacre de Peterloo (Manchester, 18199, trágica efeméride en la que las fuerzas del orden arrollaron con violencia las reivindicaciones democráticas de los ciudadanos de esa ciudad británica en un momento en que los desmanes empresariales contra los trabajadores, durante los últimos coletazos de la Primera Revolución Industrial, eran el pan de cada día.

    Así las cosas, Leigh, fiel a la tradición británica del radical realismo cinematográfico, insiste en La tragedia de Peterloo en acercarnos a la clase trabajadora desde un distanciamiento más o menos imparcial que contrasta, por el contrario, con la poca simpatía que le despiertan los miembros de la élite aristocrática y burguesa del país. De este modo, si el retrato del proletariado en la película, sus ritos, iniciativas, y continuas secuencias de discusiones asamblearias, nos hace pensar en el interés por captar ‘ese tiempo’, hoy tan lejano, que ya mostraron cineastas como Peter Watkins (La comuna), la visión que propone de las altas instancias del estado acerca más a Leigh a los filmes tendenciosos de Ken Loach, donde el abanico de matices y grises políticos queda desdibujado.

    Con todo, al subrayar la épica cotidiana de los protagonistas, cuyo terrorífico destino ya conocemos, Leigh consigue que las dos horas y media de metraje de La tragedia de Peterloo apenas se noten. Más bien sucede al revés: se agradece y mucho ese espacio que se toma el cineasta a la hora de poner en pantalla los rostros y los gestos del proletariado, el énfasis de los oradores políticos y la pasión de esos discursos que quedaron sepultados tras las bayonetas de la guardia real. Hay un cierto academicismo didáctico en su ‘manera de hacer’, pero ojalá las películas que se acercan a la lucha de clases y a la lucha democrática fueran tan imponentes como el filme de Leigh.

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