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    Personal Shopper
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Personal Shopper

    Lo invisible

    por Gerard Casau

    Hay quien cree que el cine evoluciona a golpe de avances tecnológicos, cada vez más espectaculares e inmersivos. Otros dirán que los puntos de giro del medio se localizan en aquellas ideas narrativas que rompen con lo establecido y crean escuela... En realidad, hay muchas maneras de detectar los cambios que afectan al arte. Una de las más discretas y, a la vez, irrefutables pasa por fijarse en la introducción/normalización en las ficciones de gestos, acciones y detalles que ayer hubieran resultado excéntricos, pero que los espectadores finalmente reconocían como un espejo de su propia cotidianidad. Por ejemplo, podemos determinar que, a partir de la nouvelle vague, los personajes de las películas empezaron también a ir al cine, imitando a su público y haciendo de la cinefilia una caja de resonancias, evidenciada perfectamente en la Anna Karina de Vivir su vida, derramando lágrimas ante la imagen de Maria Falconetti en La pasión de Juana de Arco.

    Este hilo nos llevaría, hoy, hasta Personal Shopper. Y es que Olivier Assayas ha hecho la película (provisionalmente) definitiva a propósito de lo que significa vivir acompañado de una pantalla. En justicia, existen otras obras que han tratado a fondo esta idea, como 10.000 km. u Open Windows. Pero en Personal Shopper la puesta en escena no se iguala con los confines de un monitor, sino que este objeto se introduce a modo de interlocutor, como una ventana móvil en la que la protagonista de la historia se sumerge una y otra vez. Por poner solo un ejemplo: después de ver el filme, ya no debería resultarnos extraño que un personaje le diga a otro que busque una película en YouTube, que luego este verá de manera fragmentada, en el móvil mientras de desplaza en metro, o, ya en su casa, como ruido de fondo en la pantalla del ordenador.

    Algunos de los momentos climáticos de Personal Shopper son, de hecho, aquellos en que Maureen interacciona a través de su móvil, manteniendo largos intercambios de mensajes de texto con un interlocutor desconocido que podría pertenecer a una dimensión fantasmal. El diálogo es silencioso (y visual), y crea una inquietud semejante a aquella escena de Carretera perdida en la que Bill Pullman llamaba a su casa y era contestado por el hombre misterioso que, en ese mismo momento, se encontraba ante sus ojos. Como David Lynch, Assayas convierte en extraordinario y turbador un acto banal y absolutamente interiorizado por cualquier espectador, y tiene la audacia de aprovechar sus limitaciones para generar una tensión y un tempo particulares: tras estar fuera de cobertura durante un tiempo, cuando el móvil de Maureen vuelve a disponer de conexión se produce un alud de mensajes que indican la inminente aproximación de la amenaza hasta ese momento incorpórea.

    Y es que, en Personal Shopper, el retrato de los comportamientos contemporáneos (algo que ha obsesionado al autor de Irma Vep y Demonlover a lo largo de su trayectoria) va de la mano con el relato fantástico, ya que Maureen ve chocar su empleo -compradora personal para una figura del mundo de la moda; una profesión perteneciente por completo al mundo de hoy- con su auténtica preocupación: tratar de contactar con su hermano fallecido, y recabar un mensaje del más allá. Un objetivo que la lleva a profundizar en aquellos actores de la cultura que se interesaron en el espiritismo -como Victor Hugo, encarnado por Benjamin Biolay en una breve aparición- o que establecieron una conexión profunda entre su obra y su percepción de lo que residía más allá de su comprensión, como la pionera del arte abstracto Hilma af Klint, cuya mano afirmaba ser guiada por una fuerza irracional, dando lugar a cuadros más allá de lo figurativo.

    Para Olivier Assayas, el trazo trascendental de Hilma af Klint halla su equivalencia en el contacto permanente que Maureen mantiene con aquello que no está físicamente frente a ella, ya sea su encuentro con una aparición fantasmagórica o el envío y recepción de mensajes de texto. En el caso de este personaje -a quien Kristen Stewart sumerge en un luto desapegado, que no encuentra reposo porque nunca deja de estar en movimiento, como si llevase su purgatorio a cuestas-, ambas situaciones pueden pertenecer a un mismo plano espectral, constituyendo proyecciones de un anhelo de comunicarse que la joven arroja hacia lo invisible, llámese este Internet o, directamente, Más Allá.

    A favor: posee una combinación de elementos e ideas completamente insólita.

    En contra: que el grueso de la prensa que la vio en Cannes no supiera apreciar la audacia de la propuesta.

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