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    Nunca apagues la luz
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Nunca apagues la luz

    Terror de pipas

    por Xavi Sánchez Pons

    El cine de terror mainstream vive una nueva era dorada. Cierto es que siempre ha gozado, en mayor o menor medida, de una buena salud en taquilla, pero el boom de producciones de género que se viene produciendo desde principios de esta década es similar al de mediados de los noventa y títulos como Scream: Vigila quién llama, Sé lo que hicisteis el último verano o Leyenda Urbana. Películas de presupuestos medianos, en algunos casos bajos, que funcionaron muy bien en el box office; una operación (el sueño húmedo de cualquier productor) que ahora también se repite. En esa época Wes Craven, Kevin Williamson y Dimension Films dirigían el cotarro, y el slasher mandaba. Hoy en día lo hace el found footage, las casas encantadas y los espíritus malvados, y la voz cantante la tienen Jason Blum y su productora Blumhouse, Oren Peli, y el rey midas del horror actual, James Wan. Este último es precisamente el que anda detrás de Nunca apagues la luz, una pequeña y resultona muestra de terror palomitero sin pretensiones capaz de combinar risas y sustos nacida de un cortometraje que apenas superaba los tres minutos de duración y que explotaba uno de los miedos atávicos que todos hemos sufrido en algún momento: el temor a la oscuridad.

    Muy cercana en espíritu a Annabelle, también producida por Wan y próxima al horror televisivo yanqui de los años setenta, Nunca apagues la luz presenta un argumento mínimo que se acaba convirtiendo en un mecanismo simple pero bien engrasado (algo repetitivo, todo sea dicho) utilizado para generar suspense y terror. Engranaje que será explotado ya en la primera escena del filme: una entidad diabólica que se aprovecha de la oscuridad para matar a sus víctimas y de la que solo se puede escapar haciendo uso de la luz, artificial o no (otro buen truco de la película: valen las luces del coche, de casa, el sol, la pantalla de móvil, el portátil). Bajo esa premisa, una historia poco prolija en detalles (la explicación del origen del fantasma vengativo que vive en las sombras está totalmente desaprovechada), y guiños que van de Pesadilla en Elm Street a The ring: El círculo, David F. Sandberg teje un tren de la bruja tosco pero a ratos efectivo que prioriza los jump scares y el sonido atronador por encima de la atmósfera y el poder de sugestión que si tenía el corto original (muy superior a la hora de crear inquietud sin aspavientos).

    La presencia de gimmicks que se convierten en el motor principal de la acción por encima de una historia bien urdida y verosímil a pesar de la coartada fantastique, y la combinación de sobresaltos con fugas humorísticas bastante evidentes (la escena de la cena familiar donde se descubre parte del pastel o el gag de la alarma del coche), acercan a Nunca apagues la luz al cine de William Castle; héroe y pionero del terror de consumo rápido que durante los años cincuenta y sesenta creó un buen número de frightfests llenos de encanto macabro y vis cómica. La película de David F. Sandberg carece del encanto e inocencia creepy de películas como La mansión de los horrores o Los trece fantasmas, pero se vale de las argucias y los envoltorios de las producciones de Castle para facturar un apañado sucedáneo que funciona en la distancia corta. Saldo suficiente para una producción de estas características.

    A favor: su apuesta sin remilgos por el cine de terror palomitero

    En contra: que no tenga más confianza en su brillante punto de partida

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