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    Rebelde entre el centeno
    Críticas
    2,5
    Regular
    Rebelde entre el centeno

    Si hay algo que realmente odio, es el cine

    por Alberto Corona

    La novela El guardián entre el centeno, publicada en 1951, no sólo es una de las obras clave de la literatura universal, sino también uno de los libros más leídos —hoy día se siguen vendiendo 250.000 copias anuales, ahí es nada—, más queridos, más estudiados, y más malentendidos del siglo XX. Por cada adolescente que le otorgaba extasiado la condición de lectura favorita, había otro que tomaba al pie de la letra las aseveraciones de su protagonista, el inmortal Holden Caulfield, y rápidamente iniciaba una particular cruzada contra todos los farsantes del mundo. Cruzada que podía derivar, bien en un pavo aún más insoportable para la gente de alrededor, bien en actos delictivos de importancia histórica, con el asesinato de John Lennon a la cabeza. Y sin embargo, de entre toda esta supuesta ambigüedad, hay una cosa que sí podemos sacar en claro: a Holden no le gustaba el cine. Nada. Lo odiaba, de hecho. Y su creador, el enigmático J.D. Salinger, tenía una opinión similar.

    Desde mediados de siglo, y acorde con el estatus de obra de culto que El guardián fue adquiriendo, han sido muchos los interesados en llevar las aventuras de Holden Caulfield a la gran pantalla. Jerry Lewis, John Cusack, Jack Nicholson, Leonardo DiCaprio… y todos se han topado con las rabiosas negativas de un autor, ya por entonces, aislado de la sociedad en su casa de Cornish, New Hampshire. Él decía que se trataba de un libro inadaptable, partiendo de la base de que la única persona que podía encarnar decentemente a Caulfield era él mismo, y desconfiaba de las posibilidades del medio cinematográfico para aprehender la complejidad, la rabia y, por qué no decirlo, la nostalgia romántica que emanaba de su obra maestra. Siete años después de su muerte, Danny Strong ha querido hacer su propia versión de El guardián entre el centeno y, ya que no tenía los derechos —o siquiera la inventiva para canalizar su espíritu en una historia diferente, como hicieran Daniel Clowes, Wes Anderson, Greta Gerwig y tantos otros—, se ha visto obligado a realizar un biopic del autor. Demostrando, ya de paso, que la renuencia de Salinger estaba más que justificada.

    Rebelde entre el centeno es una película que fracasa en dos frentes. En primer lugar, como preveía el escritor neoyorquino, es incapaz de replicar la fuerza y el desgarro de la palabra escrita. Su protagonista, interpretado con escasa convicción por Nicholas Hoult, habla de arte, de consagrar la vida a ella, y de cómo su alma atormentada es capaz tanto de hacerle parir las más excelsas obras como de los bloqueos creativos más angustiosos... pero se limita a eso, a exponerlo. La película no lo narra; sólo lo verbaliza muy a menudo, y se limita a hacer un formulaico recorrido por la vida del protagonista. De cuando estuvo en la guerra, de cuando empezó a pelearse con las editoriales, de cuando —en una de las subtramas más vergonzosamente resueltas— Charles Chaplin le quitó la novia… Se van sucediendo una serie de eventos que deberían transmitir literatura porque el protagonista no deja de hablar de ella, pero que lo único que consiguen, en el mejor de los casos, es no aburrir de un modo insoportable. Y no gracias precisamente al ortopédico libreto, también firmado por Strong, sino al malogrado Kevin Spacey, que hace un trabajo realmente meritorio con Whit Burnet, mentor de J.D. Salinger que aquí consigue aglutinar toda la pasión y sensibilidad que le falta al film en gran parte de sus tramos.

    El segundo frente en el que fracasa es algo más complejo de definir, por trascender el hecho de que sea una mala película o no. Que no, realmente no lo es, pues sólo hace gala de una correctísima mediocridad que añora el descalabro absoluto: el gran problema viene cuando reparamos en el enfoque enormemente superficial que Strong le ha dado a la película. Rebelde entre el centeno quiere ser con tantas ganas un trasunto de El guardián entre el centeno que persigue constantemente identificar al autor con el adolescente ficticio, incluso cuando el primero ya roza la cincuentena, alcanzando no sólo la profundidad de un trabajo de primero de carrera —o, ya puestos, de fin de máster—, sino también picos realmente sonrojantes en su simbolismo trasnochado, colocando a Holden/Jerry frente a tiovivos, campos de centeno y chavales enajenados afirmando ser su criatura. Todo, mientras cae en incomprensibles olvidos con respecto a la vida del verdadero Salinger —como su experiencia en Viena con una familia polaca, que posteriormente no sobreviviría al Holocausto—, se recrea en diálogos donde el protagonista, cual Jack Kerouac de la vida, da cuenta de lo intensito que es; y el guión pretende erigir una catarsis en el momento en que éste, por fin, descubre el verdadero significado de “ser un escritor de verdad”.  Nunca fue buena idea que El guardián entre el centeno fuera adaptada al cine a manos de un adolescente impresionable, y Rebelde entre el centeno es, sobre todas las cosas, la mejor prueba de ello.

    A favor: Kevin Spacey. Tenemos que agradecer enormemente el hecho de que nadie diera un duro por esta película, y por tanto no quisieran reemplazarlo a última hora.

    En contra: La grotesca simplificación del legado de J.D. Salinger.

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