Mi cuenta
    El profesor de violín
    Críticas
    2,0
    Pasable
    El profesor de violín

    Aprender con música

    por Carlos Losilla

    La música siempre ha sido un aliado infalible del melodrama cinematográfico. En el cine clásico, el recuerdo de los grandes compositores, o el simple aroma de los conciertos, o el chaqué y los ademanes del director de orquesta, o los planos de plateas enfervorecidas en un gran aplauso, constituían elementos que garantizaban el prestigio del subgénero en cuestión, que acostumbraba a completarse con una historia de amor acaecida en Viena o Venecia, a ser posible. A su vez, la figura del  intérprete apasionado, pianista o violinista, siempre ha provocado pasiones entre un público entregado a la mítica del romanticismo melódico. Y si a ello añadimos ese otro tópico de la enseñanza concebida como transformación de unas cuantas pobres almas ignorantes en seres sensibles y arrebatados, entonces todo cuadra: la música no solo amansa a las fieras, sino que también las forma para un mundo mejor. Pues bien, no busquen otra cosa en El profesor de violín, educada puesta al día de todos esos tópicos burgueses. Por un lado, una banda sonora repleta de estándares de la cultura musical highbrow. Por otro, un personaje que aúna el misterio del que ha sido escogido por la religión del arte y la aureola redentorista del salvador de la humanidad. En resumen, una feelgood movie que, como corresponde a los tiempos, pretende hacernos engullir unos cuantos temas sociales mezclados con el azúcar de una música que no cesa, ya pertenezca a la tradición clásica o a la cultura de los chicos de las favelas.

    Pues, en efecto, estamos en Río de Janeiro. Un violinista que quiere dedicarse profesionalmente al negocio de la música clásica termina dando clases en un barrio más o menos conflictivo. La película incluye alumnos problemáticos que podrían ocultar una personalidad arrebatadora, la concienciación del protagonista acerca de que quizá sea más conveniente educar que tocar para los ricos, el convencimiento de que el mundo actual iría mucho mejor si todos contribuyéramos poniendo nuestro granito de tolerancia y sensibilidad… Y todo ello no en tono de comedia agridulce, sino de drama trascendente, como si a cineastas y espectadores nos fuera la vida en el asunto. El brasileño Sergio Machado recurre a la narración enfática, al claroscuro barroco, al falso trascendentalismo de una imagen sin ningún tipo de profundidad –ni formal ni emocional--, a la puesta en escena que parece decir muchas cosas cuando en realidad es puro humo, y con ello pretende encubrir un relato que quiere dar cuenta de una realidad social y al final solo consigue narrar su propia autosuficiencia, su absoluto ensimismamiento. El profesor de violín es una película engañosa porque simula ser una apuesta progresista cuando en el fondo ensalza los valores más tradicionales, tanto política como cinematográficamente. En otras palabras, dejemos que las élites culturales eduquen a los hijos del pueblo para evitar que estos pongan en marcha la revolución. O bien dejemos que el cine viejo simule ser alternativo para que ocupe el lugar de ese otro que se la juega de verdad. En el fondo, todo es lo mismo.

    A favor: una cierta fluidez que enmascara con habilidad las carencias de fondo.

    En contra: que quiera convertir una pequeña historia local en gran metáfora universal.

     

    ¿Quieres leer más críticas?

    Comentarios

    Back to Top