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    Nuestra vida en la Borgoña
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Nuestra vida en la Borgoña

    Las cuatro estaciones

    por Marcos Gandía

    Al igual que los protagonistas de sus películas, aquellos que empezaron yendo de Erasmus por Barcelona y acabaron saboreando los sinsabores de la edad adulta (el matrimonio, la paternidad, la vida laboral…) como aliens en Nueva York, el guionista y director francés Cédric Klapisch ha crecido, madurado y envejecido. Exactamente igual que las uvas y el vino que se elabora en esa finca de la Borgoña que se convierte en el marco de las historias, a través de las cuatro estaciones del año, de Nuestra vida en la Borgoña. Film sobre exactamente eso, la madurez y el envejecimiento (más mental que físico aunque no lo soslaya y hay un gran discurso sobre ello), el amor vuelve a ser el eje pero ya aquí baqueteado (¿herido?) por el día a día y el año a año.

    La Naturaleza va siguiendo su curso implacable. Primavera, verano, otoño e invierno se suceden sin solución de continuidad como testigos de las vidas (y los amores) que nacen, florecen, se marchitan y mueren. Vale, es una de esas metáforas de primero de básica, pero no por ello Klapisch cae en la tontería metafórica (valga la redundancia) y sí que sabe hacer de ese paisaje y de ese terrible paso del tiempo una nota a pie de página de lo que les sucede a sus protagonistas. Curiosamente, y pese a su edad, todos ellos igual de inmaduros, lo que vendría a confirmar que la madurez es sencillamente la cárcel de una inmadurez eterna… o cíclica como las cosechas. Como director, el autor de Una casa de locos o Las muñecas rusas sí que cambia de registro… o eso parece.

    Nuestra vida en la Borgoña remite con fidelidad casi enfermiza a esa tradición del cine francés sobre reuniones familiares (burguesas) y solemnidad a dinamitar desde una estructura narrativa muy conservadora y clásica. Cédric Klapisch se pone muy Danièle Thompson, muy Jean-Paul Rappeneau y muy de señor/creador de más de sesenta años (que no los tiene… todavía), con una planificación clasicona, una cámara al servicio de los actores, de la letra antes que de la imagen, y una música de manual. Nada que objetar porque ese es el mundo que nos presenta, incluso en los personajes más jóvenes (nuestra María Valverde) que acaban un poco aceptando que el futuro es siempre estacional y cierto. Aunque tal vez toda esa pomposidad no sea más que un retrato irónico tras el cual el director nos acabe diciendo que da igual si llega el invierno porque la primavera está a la vuelta de la esquina. 

    A favor: El certero retrato generacional de sus personajes. 

    En contra: Su academicismo francés mil veces visto.

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