Mi cuenta
    Wonderstruck. El museo de las maravillas
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Wonderstruck. El museo de las maravillas

    Nuestras contradicciones

    por Carlos Losilla

    El cine de Todd Haynes se basa en el artificio y el fragmento. Sus películas rehúyen sistemáticamente el realismo para indagar en una estética construida a pedazos, tomados de aquí y de allá, que acaban construyendo artefactos a veces extraños, a veces misteriosos, a veces desconcertantes. Y siempre, siempre emotivos y combativos, como si estuvieran inventando de nuevo el lenguaje del cine con la intención de reinterpretarlo. Por eso no hay que confundir Lejos del cielo o Carol con películas de estética “retro” y vocación nostálgica. No son imitaciones de Douglas Sirk y el melodrama de los 50, sino reflexiones sobre esos modelos que tratan de dejar al descubierto su ideología y su puesta en escena.

    Por la misma razón, tampoco hay que ver en Poison o I’m Not There sendos intentos de cine experimental en el seno de la industria del cine estadounidense, sino más bien cuadernos de notas, de escritura lógicamente fragmentaria, sobre las distintas opciones que proporciona la historia de la cultura y del cine a un artista contemporáneo, enfrentado a la cuestión de cómo filmar hoy en día eso que llamamos lo poético.

    No es extraño, entonces, que El museo de las maravillas, su última película, navegue entre varios territorios. Por un lado, es la historia de una niña sorda que --en 1927, en las postrimerías del mudo— admira a una estrella del cine hasta el punto de viajar a Nueva York para conocerla. Por otro, la misma ciudad es el destino de un muchacho, igualmente privado del sentido del oído, que en 1977 arriba al mismo lugar en busca de su padre. También es el relato de su sorprendente “encuentro”. Y, en fin, es una película sobre el tiempo y las distintas maneras de ver el mundo que su paso por él proporciona, de la misma manera en que I’m not there hablaba sobre la imposibilidad de entender a un artista --en aquel caso Bob Dylan— sin tener en cuenta sus distintas caras, a su vez vistas desde diferentes perspectivas temporales, o en que Safe constituía una película sobre la degradación del tiempo y su percepción subjetiva. El tiempo, pues. El tiempo como materia del cine. En eso, El museo de las maravillas es una película haynesiana al cien por cien. Pero hay -¡ay!— otras cosas en ella.

    El museo de las maravillas adapta una novela de Brian Selznick, el mismo autor de La invención de Hugo, en la que se basó la película de Martin Scorsese del mismo título. No sé si será por eso, pero las dos películas tienen puntos en común, y uno de ellos es la readaptación del universo de cada uno de esos cineastas a una especie de zona compartida que tiene que ver con una cierta concepción estereotipada –puesta al día, eso sí— de la infancia. La infancia como lugar de la maravilla y el descubrimiento. La infancia como lugar del desamparo en el que tiene lugar, sin embargo, la revelación. Digamos que eso armoniza poco con el mundo de Haynes –como pasaba con el de Scorsese— y el desajuste se nota. Y digamos que El museo de las maravillas acaba siendo por ello una película esquizofrénica. Las estrategias y los mundos estéticos de Haynes están ahí, pero como en la maqueta de nueva York que aparece en un momento del film: miniaturizados y desubicados. Del mismo modo, hay algo que los anula y los distorsiona, pero que a la vez forma parte de lo que siempre le ha gustado a Haynes, como cuando fabricó un cortometraje sobre los Carpenter con muñecos filmados en stop-motion. A mí la película no me convence, sobre todo después de aquel mazazo titulado Carol. Pero también pienso que quizá ahí esté el verdadero Haynes, en ese cúmulo de contradicciones y de afinidades. Y creo, entonces, que deberé esperar a otras películas suyas para saber dos cosas: a) con qué Haynes me quedo; y b) si es que tengo que aceptarlo tal como es, tal como somos.

    A favor: Obliga a repensar el cine de Todd Haynes.

    En contra: El tono (inevitablemente) infantil-juvenil del conjunto. En el peor sentido.

    ¿Quieres leer más críticas?

    Comentarios

    Back to Top