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    Verónica
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Verónica

    La conjura de los nuestros

    por Manuel Piñón

    Su sola mención inspiraba terror. La historia variaba según la zona en la que se contaba. También los objetos que se requerían para invocarle. A veces unas tijeras cerradas con el nudo de un lazo, otras un arma blanca cualquiera. También podía precisarse un espejo o un vaso de agua, pero sólo había dos elementos imprescindibles: un grupo de adolescentes curiosos y crédulos y una tabla de la güija. El nombre del espíritu de la joven atrapada entre el mundo de los vivos y los muertos siempre era el mismo: Verónica.

    Es de suponer que la elección del título no es casual pues. Tampoco obra del diablo, sino del director Paco Plaza. Hijo de esa época en la que quien aterrorizaba al personal con las historias del más allá era Jiménez, no Iker, sino del Oso, rinde con su nueva película un homenaje al furor por lo sobrenatural que contagió a muchísimos españoles. Fue en esa época entre los 80 y los 90, en la que en la realidad gris y rutinaria de los barrios obreros, la actividad no podía ser más opresivamente normal.

    Justo ahí en medio, frente a un bloque de viviendas de ladrillo diseñado por el mismo Satán, es donde Plaza ha decidido bajarse del tren de la bruja que fue la saga [REC]. Su intención con Verónica es reconstruir desde la ficción documentada el “expediente Vallecas”, un caso que apareció en las páginas de sucesos en 1992. Posesión demoníaca o brote psicótico, la hemeroteca y la leyenda urbana se disputaron su registro. Por supuesto, Plaza, que debe tener todavía la güija en casa de sus padres, prefiere llevar la historia al terreno que le es más familiar: el de la obsesión adolescente que ejemplifica la protagonista de Verónica.

    Mientras la película acompaña en esa escalada de incertidumbre y terror al personaje de Sandra Escacena –estupenda, certera y difícil interpretación de esta debutante–, Plaza hace un retrato social afinadísimo de la España de aquel tiempo. Lo realiza a través de lo que realmente define la Historia común: la cultura popular. Maldito duende de Héroes del silencio suena una y otra vez en el walkman, abriendo un portal a lo imposible en la soledad del cuarto de Verónica. Las revistas como Más allá proporcionan la documentación que en las películas de terror norteamericanas se buscaría en la biblioteca local. Incluso los anuncios de la tele –”Centella me da tiempo para disfrutar…”– sirven como canción para espantar el miedo. En un momento en el que todo tiene una explicación y la sociedad preocupaciones tangibles –de las hipotecas a la quiebra de la familia tradicional–, ni siquiera las monjas ya hacen guardia para vigilar la actividad del Diablo.

    En ese ejercicio de traslación a una época que los que vivieron parecen haber sustituido por la infancia de Stranger Things, y los que no presenciaron tienen pocas alternativas para conocer, Plaza consigue que Verónica se eleve como un ejemplo magnífico y estimulante de las historias que quedan por contar. Es obvio que todo eso está en él, que siente cercano todo lo que está tratando, pero es justo reconocer que encuentra un apoyo fundamental en la dirección de arte de Javier Alvariño y también en el espléndido casting que ha reunido, que recupera a Ana Torrent o Maru Valdivieso y descubre además de Escacena a dos niñas prodigio: Bruna González y Claudia Placer.

    Sin embargo, reconocidos todos los méritos, Verónica sabe a poco. O, siendo más exactos, a menos de lo que podría ser. La recreación fiel y sin artificios con la que Plaza establece un compromiso limita las posibilidades de la película cuando decide adentrarse en el terreno de lo fantástico. Provoca, por ejemplo, que su último acto se resuelva con escasa capacidad de sorpresa, dentro de las convenciones del género de terror e incluso recursos que otras películas con menos categoría han convertido en lugares comunes. Verónica podría haber sido al retrato social lo que El laberinto del fauno fue al cine sobre la guerra civil o El día de la bestia a la comedia costumbrista, ese milagro que saque al género de su nicho. Ese problema para equilibrar la contención de su tono con la forma en la que se desencadenan los acontecimientos impide que sea una obra de referencia. En cualquier caso, sigue sienda una película muy estimable.

    A favor: La excelente ambientación, mimada hasta detalles enfermizos, y la inspiradísima elección de todas las actrices de un magnífico reparto multigeneracional, con tantas revelaciones como reencuentros.

    En contra: En su afán de hacer una reconstrucción fiel y naturalista, Paco Plaza pierde la oportunidad de hacer una película que marque un auténtico año cero para el terror español.

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