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    7 días en Entebbe
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    7 días en Entebbe

    Y otro día más

    por Alberto Corona

    Con Tropa de élite José Padilha no sólo firmó una película rotunda y apasionante en su desnortado discurso político; también perfiló la escena perfecta para resumir su cine. En aquélla, un Wagner Moura pre-Pablo Escobar daba una encendida clase de gramática a los candidatos a sustituirlo al mando del BOPE, y nada más divisar cómo uno de ellos empezaba a dar cabezadas fruto de su aburrimiento, se adelantaba, le quitaba una anilla a una granada, y se la pasaba al recluta instándole a que se durmiera ahora. Si había huevos. Es muy facilón decir que la granada que nos ha pasado ahora con 7 días en Entebbe aún tiene la anilla puesta y nadie parece atreverse a quitarla, pero qué le vamos a hacer. El director del remake de Robocop nunca ha sido alguien dado a las sutilezas, y tampoco las merece un film tan ruidosamente fallido como el que nos ocupa.

    Lo nuevo del cineasta brasileño recrea la Operación Entebbe, emprendida por las Fuerzas de Defensa de Israel en el verano de 1976 para rescatar a 103 rehenes del cautiverio de terroristas palestinos y simpatizantes. Comienza con el secuestro en sí, a bordo de un avión que se dirige a París, y mientras se desarrolla ya nos sorprende, por su ausencia, la tensión imprimida en la set pièce. Rosamund Pike y Daniel Brühl son dos de los secuestradores, que se muestran dubitativos y demasiado tendentes a la improvisación, pero de quienes no conocemos la identidad hasta el primer flashback, que irrumpe raudo cuando el avión apenas acaba de hacer un aterrizaje forzoso en Entebbe, Uganda. Gracias a él descubrimos que los motivos que han conducido a su enrolamiento no son tan interesantes como su nacionalidad: resulta que son alemanes, y el hecho de verlos hacérselas pasar canutas a judíos indefensos debería dar cuenta de lo significativo del suceso histórico. En lugar de, bueno, lo ortopédico del ensamblaje de 7 días en Entebbe.

    No es ningún secreto que Padilha ha montado su filmografía en base a efectismos, pero en su último trabajo resulta llamativa la transparencia del planteamiento y ejecución de éstos. Es fácil imaginarse al guionista, Gregory Burke, redactando el libreto siempre atento a qué truco puntual debe servir un diálogo o una subtrama. Necesito justificar que Brühl y Pike tengan una relación así como tirante, introduzcamos un flashback que lo explique. Al director se le ha ocurrido que quedaría fantástico y muy metafórico combinar las escenas de mayor tensión con clases de danza, despleguemos toda una línea narrativa en torno al soldado israelí renuente y su novia bailarina, más renuente aún, para justificar el escenote. Y así. Como resultado, a 7 días en Entebbe se le atisban los remiendos de una forma muy sonrojante, pero es que la película además acaba llegando a la tesitura de que, de los siete días que nos tendría que retratar, le sobran por lo menos cuatro. Cuatro en los que lo único que podemos hacer es seguir intentando que alguno de los secuestradores nos llegue a importar un carajo, sin conseguirlo. Redundando en esta chirriante estructura, o emanando precisamente de ella, nos encontramos con un suspense que ni está ni se le espera, y a unos diálogos que de tan expositivos acaban abrazando en su total confusión la abierta comicidad.

    Como ese momento de Pike hablando por teléfono, donde no sabemos qué resulta más extraño: si lo previsible, lo ¿involuntariamente? humorístico del conjunto, o el hecho de que eso parezca ser lo que Padilha entiende como un “momento de introspección”. Y esto sólo en lo tocante a la parte de los secuestradores, que si nos metemos en los despachos donde las autoridades israelíes dudan si lanzarse al ataque o negociar con terroristas el asunto es aún más peliagudo. Queriendo retratar los vacíos morales que allí se cuecen, 7 días en Entebbe intenta ser una revisión del formidable Múnich de Steven Spielberg yendo más al grano, pero lo único que consigue es deshacerse en charlas repetitivas y consuetudinariamente culpables. Carentes del sincero autocuestionamiento que había en la película protagonizada por Eric Bana, y víctimas de un acomplejamiento extendido a toda la función.

    Por lo demás, 7 días en Entebbe se hace entretenida por momentos, y cuando se acerca el final y ya no queda mucho más por perder incluso se permite ser frenética y sacarle todo el jugo a esa sucesión de lugares de paso. La granada sigue con la anilla puesta, pero tiembla en nuestra mano, y no es tan difícil como parecía mantenerse alerta. Gracias a ello aguantamos hasta el final, leemos las inevitables explicaciones de lo que sucedió después, y podemos reparar en que la altura de miras del cineasta no ha podido ser más injusta y arbitraria con el papel de los ugandeses en la movida. Demostrando que, a fin de cuentas, Padilha nunca ha tenido mucho más para ofrecernos que eso. Una granada.

    A favor: El recurso de la danza, contra todo pronóstico, acaba funcionando, y otorgando al clímax una intensidad hasta entonces inédita.

    En contra: Que la justificación de este recurso evidencie todos los males de la película.

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