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    La oveja Shaun, la película: Granjaguedon
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    La oveja Shaun, la película: Granjaguedon

    Mi amigo el extraterrestre

    por Marcos Gandía

    Tras el relativo fracaso de Cavernícola, la contribución de la artesanal Aardman a la conversión de Las tres edades de Buster Keaton en una parodia protohistórica Monty Python, la entrañable e incombustible productora británica de animación (en plastilina) retoma a su personaje estrella, con permiso de Wallace y Gromit: la oveja Shaun. Ya protagonista de un largometraje decididamente encantador hará unos cuatro años (de lo más estimulante de aquella temporada), la ovina estrella vuelve aquí con mayor fuerza si cabe que en su debut. Poco cuesta afirmar en voz alta que Granjaguedón es superior a su predecesora y que podrá estar muy arriba en las listas de lo mejor del 2019 por mucho ScorseseTarantinoBong Joon-ho que se atrevan a entrar en sus dominios animados.

    Sin perder jamás esa inocencia y pureza en el humor y la comicidad, algo que defiende a base de prescindir de los diálogos y de basarlo todo en la imagen, gestos y en las armas visuales del cine mismo (del cine cómico clásico, vamos), la película propone una aventura cuyo principal referente es la ciencia ficción de los años 50 (vale, y E.T.: El Extraterrestre de Steven Spielberg, aunque no dejara de ser una puesta al día ochentera de aquel modelo cincuentero, con más optimismo, también es verdad) y más concretamente las delirantes e involuntariamente cómicas cintas de autocine producidas y/o dirigidas por Roger Corman. La llegada de un ser de otro planeta a la granja de nuestros héroes (en amable greña de routine cómica de cabaret inglés) sirve a los guionistas para una sucesión muy bien enlazada de gags que jamás se comen el interés por la trama, o por la divertida subtrama secundaria del dueño de la granja explotando la fiebre ufológica pueblerina. Al igual, e incluso más, que en La oveja Shaun, Granjaguedón no es una serie de cortos unidos por una excusa argumental, sino una trama sólida, con personajes sólidos capaces de mostrar sentimientos diversos con un simple movimiento stop-motion, que desarrolla su coherente aluvión, in crescendo, de situaciones humorísticas.

    Repleta de guiños a la fantasía y la ci-fi (británica mayormente, pero hay más sorpresas), esta maravilla de largometraje nos devuelve la esencia de todo aquello que hizo inmortales a las producciones de la Ealing, a las sitcoms de la Thames o la BBC y al circo volante de los Monty Python. Sin necesidad de ironía (que la hay) confundida con cinismo, pero sí apoyada en el sano absurdo. Como si Edgar Wright tuviera un pluriempleo oculto escribiendo historietas en la longeva revista infantil Beano.

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