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    Hell Fest
    Críticas
    3,5
    Buena
    Hell Fest

    El tren de la bruja

    por Alberto Corona

    Es fácil odiar los jumpscares. Este recurso ha ido ganando terreno desde películas como Carrie, Viernes 13 y sus loquísimos desenlaces hasta la sobredosis de Expediente Warren y derivados, y nunca ha abrigado más sofisticación que la oportuna subida del volumen y un creciente desinterés en disimular su naturaleza eminentemente pedestre. Para quien disfruta del terror como una experiencia íntima e intransferible, que ha de desarrollarse lentamente e ir encontrando nuevos e inesperados recursos para generar inquietud, el susto comúnmente llamado barato es una garrulez, una herramienta que denigra el género. Esos espectadores, probablemente, sean los mismos a los que no les gustaba montar en el tren de la bruja de la feria de sus pueblos, o los que percibían las casas del terror del parque de atracciones como un enervante y aburrido paseo. Hell Fest no es para estos espectadores.

    Lo que tampoco quiere decir que, en su entusiasta asunción de este tipo de sustos, la película de Gregory Plotkin caiga en los vicios más pestilentes de éstos, sin encontrar un camino distintivo que la dignifique frente a, por ejemplo, el reciente festival de ruido y estupidez ofrecido por La monja. Hell Fest cuenta la historia de un asesino enmascarado que utiliza un parque temático como escenario de sus crímenes y, dado que dicho parque temático está ambientado en un Halloween perpetuo, es inevitable que caiga en el mismo susto barato que por otro lado esperaríamos acudiendo a un lugar semejante. El acierto radica en cómo dicho planteamiento se permite desembocar de forma cristalina y segura en las ideas más cachondas pero, también, más coherentes posibles: el asesino matará a vista de todos sin que nadie mueva un dedo porque la escenografía del lugar así lo favorece, los guardias de seguridad se desentenderán de las sospechas de los protagonistas arguyendo que ese tipo enmascarado “sólo está haciendo su trabajo”, y se le darán diversos usos creativos a la imaginería habitual de estas celebraciones, como suponen el martillo de feria, los baños públicos rebosantes de mierda o, sí, el mismo tren de la bruja.

    Sobrevuelan las típicas deficiencias del formato, a saber, protagonistas adolescentes sin entidad, puesta en escena mecánica o técnicas quemadísimas como el subidón de música de rigor para que el protagonista descubra que era una falsa alarma, pero Hell Fest sabe dar lo suficiente para compensar. Amén del dicharachero sentido del humor que baña la propuesta de principio a fin —extendido a un último giro que es para levantarse y aplaudir mientras se te van desprendiendo las neuronas—, el gore es sorprendentemente generoso para tratarse de un filme con un target tan cuadriculado como éste, y se percibe una notable inventiva en el planteamiento del suspense. Escenas como la de la guillotina, o la que envuelve dos teléfonos móviles y un retrete, no sólo te machacan los nervios a base de bien, sino que están ciegamente impregnadas en una socarronería y espíritu festivo que caen muy simpáticos. Quizá sería aventurado calificar a Hell Fest como un filme autoconsciente, pero lo cierto es que la coherencia que guía todos sus engranajes es tal que el único nivel al que se puede permitir funcionar —esto es, como un carrusel de sobresaltos deliciosamente chorra— está tan blindado que llama la atención lo claro que Plotkin y los suyos lo tenían todo.

    Y es que, sin poder valerse de elementos sobrenaturales ni de sugerentes elipsis —el asesino cuenta con más exposición en pantalla que algunos de los adolescentes destripados—, Hell Fest es una película que sabe perfectamente adónde quiere y puede llegar, corriendo a apuntarse a la vertiente más frívola del género. Vamos, que al final resulta que es todo lo buena que puede permitirse ser con un argumento así y eso, afortunadamente, es bastante. 

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