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    Críticas
    3,0
    Entretenida
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    Escritura y realidad

    por Quim Casas

    Basada en la primeriza novela corta de Javier Cercas El móvil, publicada en 1987, El autor fuerza ostensiblemente un dispositivo de ficción para lograr tanto una pintura colectiva como el retrato de una obsesión. Javier Gutiérrez encarna a Álvaro, un aspirante a escritor anulado por el éxito que consigue su esposa en el campo del best seller (María León). Siguiendo los consejos de su profesor en un taller de creación literaria (Antonio de la Torre), Álvaro empieza a escribir una novela muy personal provocando y forzando entre sus vecinos una serie de situaciones que después le ayudan a alimentar su ficción.

    Estamos, al principio, en un terreno reconocible, el de la creación literaria y los talleres de escritura prodigados generosamente en los últimos años. Es un terreno que en clave más sarcástica han tratado Carlo Padial con su segundo largometraje, Taller Capuchoc, o el dibujante Max en una memorable tira cómica publicada en el suplemento “Babelia” de El País el pasado 23 de julio, en la que se establece la relación/sumisión entre los alumnos y el ilustre y despótico profesor del taller.

    Manuel Martín Cuenca empieza riéndose y ridiculizando las relaciones, afectos y efectos que se producen en este tipo de talleres. Pero esa es solo una parte, la inicial, de la historia. La película sedimenta a partir del encuentro entre el aspirante a novelista y su interesado profesor, que riega y condimenta los consejos que le da periódicamente con buenos vinos y mejores mariscos. Después, en la forma en que Álvaro manipula a sus vecinos (un señor mayor, un matrimonio de inmigrantes, la portera necesitada de sexo y compañía) mientras va creando su fabulación literaria.

    Quizás el problema del film resida precisamente en el hecho de forzar unas determinadas situaciones en el vecindario para después describir los resultados de las mismas en la novela. Algo falla en el dispositivo entre la imaginación y la creación, ya que si el protagonista puede imaginar esas situaciones, no hace falta que las viva para trasladarlas al folio en blanco. Siendo bien distinta de Caníbal, la anterior película de Martín Cuenca, El autor tiene también una atmósfera perturbadora, un ambiente inquietante hecho aquí de luces antes que de sombras: el piso de decoración espartana, luz blanca y paredes desnudas donde el escritor crea compulsivamente su obra, como si necesitara de esa desnudez (en el decorado y en su propia persona) para ser capaz de imaginar tamañas situaciones violentas, grotescas o dantescas.

    La interpretación de Javier Gutiérrez, que va del registro enloquecido al patetismo pasando por la ironía, contrarresta ese tono tan limpio que el director ha decidido deliberadamente utilizar. Como toda creación literaria, El autor es también un relato de contrastes en el que juega un papel primordial lo que el lector/espectador imagine y aporte de su propia cosecha. De ahí esa desnudez conceptual, dispuesta a ser pintada por los participantes silenciosos de este carnaval de la ficción desmedida que es la película.

    A favor: su punto de partida, el delirio entre realidad y ficción, Javier Gutiérrez.

    En contra: lo desmedido o endeble de algunas situaciones y personajes.

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