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    La última bandera
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    La última bandera

    Los peores años de nuestra vida

    por Alejandro G.Calvo

    Dice el maestro -llamemos a las cosas por su nombre- Richard Linklater que La última bandera es una “secuela espiritual” de El último deber (1973), una olvidada película de Hal Ashby donde dos marines (Jack Nicholson y Otis Young) acompañaban a un tercero (Randy Quaid) a prisión, tras una temporada juntos en Vietnam. Para aclarar un poco las cosas, vale la pena decir que Linklater lo que hace es adaptar la novela de Darryl Ponicsan (también coautor del guión junto al director) que sí estaba planteada como una continuación de su primer libro “The Last Detail”, que sirvió de base para el film de Ashby. Por la razón que sea, Linklater decide cambiar los nombres de los personajes pero respetando su historia en común, ejerciendo un nueva reflexión sobre como el paso del tiempo afecta a sus protagonistas; algo en lo que el cineasta de Texas es experto, como bien demuestran sus magistrales Boyhood (2014) y la trilogía Antes de... (1995, 2004 y 2013).

    Así La última bandera funciona en múltiples direcciones. Por un lado es una road movie donde se pone en escena la amistad entre tres hombres, muy diferentes entre sí -un cachondo (Bryan Cranston), un afligido (Steve Carell) y un tótem moral (Laurence Fishburne)- que deberá servir para paliar el drama terrible que atraviesa la cinta: la unión de los ex-marines es debida al fallecimiento en Afganistán del hijo del personaje de Carell (que, al igual que ocurría en Foxcatcher (2014), está soberbio en un su interpretación, lo más alejado posible de los roles cómicos a los que nos tiene acostumbrados). Por otro lado, Linklater, como ya hizo en su día en Fast Food Nation (2006), se adentra en el corazón carcomido de Norteamérica para lanzar una crítica tan inteligente como afilada al respecto de como la sociedad acaba por convertir parias a aquellos que han ayudado a que se construya como tal. Es decir, aborda un tema tan espinoso como el del patriotismo, poniendo de relieve que si bien todos sus protagonistas aman a su país, ¿qué es en realidad lo que éste ha hecho por ellos? La rima existente entre el discurso oficial del ejército (y el propio presidente de los EEUU) cuando un soldado muere, sea en la guerra que sea, a ese respecto, es totalmente devastadora. 

    El drama íntimo, casi familiar (si entendemos la amistad como un modelo de familia), se ve salpicado por continuos momentos de humor -la secuencia en el vagón del tren con Cranston hablando de sus erecciones es de traca-, que hace que la tristeza opresiva de la cinta acaba por tirar por la vía de en medio: un relato agridulce donde si bien la vida acaba por mostrarse como un terreno impracticable, al menos el compañerismo y la complicidad de los mejores amigos sirve para transitarlo con una sonrisa en el rostro. 

    A favor: Que siendo una película que pone en crisis estamentos claves de la sociedad norteamericana, nunca deje de ser también una declaración de amor a su gente (que son el verdadero país, allí y en todas partes). 

    En contra: A Linklater se le va de la mano la duración de la cinta y, en ocasiones, cae en algún cliché impropio de él (como ese Coronel que casi funciona como villano de la función). 

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