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    David Lynch: The Art Life
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    David Lynch: The Art Life

    Mucho antes de ‘Twin Peaks’

    por Quim Casas

    Co-dirigida por Jon Nguyen (productor de otro documental sobre Lynch, Lynch One, realizado en 2007), Olivia Neergaard-Holm (argumentista y montadora de Victoria) y Rick Barnes, y producida y fotografiada por Jason S. (quien ya produjo Lynch One), esta nueva aproximación al retratista de la psique oscura americana se realiza desde una perspectiva más biográfica y formativa contando con la complicidad explícita del cineasta. Se suma a una numerosa e interesante lista de documentales centrados en la obra inclasificable, poliédrica, adictiva y misteriosa del artista más radical y renacentista de nuestro tiempo; no se olvide, Lynch hace/hacía cine como se dedica o se ha dedicado a la televisión, pintura, dibujo, fotografía, música, publicidad, Internet, videoclip, diseño de muebles, serigrafía, litografía, fotograbado, instalaciones, esculturas efímeras, cómic, collage y animación por ordenador.

    Antes estuvieron el citado Lynch One, Destination Dune (1984), No Frank in Lumberton (1988), Don’t Look at Me (1989, perteneciente a la serie Cinema, de notre temps), Pretty as a Picture: The Art of David Lynch (1997) y School of Thought (2008, este dedicado a la relación de Lynch con la meditación trascendental). The Art Life suma obra y vida, o como una cosa es indisociable de la otra (en Lynch y en cualquier otro autor, por supuesto). No es un compendio de momentos y anécdotas de todas sus épocas. Por el contrario, ahonda en los años de formación, tanto tiempo antes de que tomarán cuerpo Terciopelo azul y Twin Peaks, Dune y Carretera perdida, Sailor, Lula y el local Silencio, y en la influencia que han tenido en su obra dos periodos concretos: la infancia en Missoula (Montana), ese mundo casi perfecto, idílico y feliz que acabó resultándole monótono (cuando se entretenía en mirar como supuraba la resina de los cerezos y atraía las hormigas rojas, una cuestión esencial de texturas y lo que anida bajo la superficie de todas las cosas), y la estancia a comienzos de los setenta en Filadelfia, donde se gestaron, al contacto con la realidad de un barrio sórdido y violento, sus primeras y más intensas pesadillas en blanco y negro, las de sus cortos iniciales y Cabeza borradora.

    Lynch, desde su fascinante residencia en Los Ángeles –un lugar en el que vivir, un taller en el que pintar, un estudio en el que grabar música y un frondoso jardín–, habla de más cosas, incluyendo su concepción del proceso artístico en distintas disciplinas. Pero el rasgo diferencial de este nuevo acercamiento está en el ejercicio de memoria (oral y visual) al que el artista se somete, siendo pues un muy buen complemento de los otros documentales y del libro de entrevistas de Chris Rodney editado en 1997.

    A favor: intenta en todo momento aportar nuevos elementos de conocimiento sobre uno de los cineastas más analizados y escrutados del cine contemporáneo.

    En contra: es un documental bastante ortodoxo, aunque la figura lynchiana arrasa con todo.

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