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    Disobedience
    Críticas
    2,5
    Regular
    Disobedience

    Contra el principio de autoridad

    por Paula Arantzazu Ruiz

    Dice la Biblia que la expulsión del paraíso tuvo como origen la desobediencia incitada por Eva, la primera mujer, y desde entonces las formas femeninas son en la cultura occidental paradigma de la tentación y del desvío de la norma. Sometidas a esa autoridad patriarcal viven las mujeres de judíos ortodoxos del noroeste de Londres retratadas por el chileno Sebastián Lelio en Disobedience, a donde llega Esti, una perturbadora Rachel Weisz, para despedirse de su recién fallecido padre, rabino y líder moral de esa comunidad, y figura que pronto pondrá contra las cuerdas ese principio de autoridad cuando se reencuentre con un antiguo amor de juventud, Ronit (Rachel McAdams), casada con Dovid (Alessandro Nivola), amigo de ambas y el tercer vértice del triángulo protagonista.

    Lelio se recrea, y con razón, en los ritos y rutinas de esa comunidad religiosa para subrayar, tal vez de manera demasiado insistente, cuánto de transgresor acabara siendo el reencuentro entre las dos amantes. Se entretiene, asimismo, en una escena de sexo furtivo en una habitación de hotel entre Esti y Ronit, en una secuencia que ha llamado la atención de la prensa pero que, en términos cinematográficos no se distancia apenas de la puesta en escena de la escena sexual de La vida de Adéle (no se trata, por tanto, de una virtud de la propuesta); como también se dilata en un desenlace eterno y en exceso melodramático que gira y gira en torno a la redención del trío protagonista sin ofrecer una bocanada de aire al espectador. Disobedience, en efecto, busca el desbordamiento, pero, a diferencia de grandes maestros del género como Fassbinder o su émulo patrio Almodóvar, Lélio no logra la alquimia necesaria para que la tensión entre la austeridad de su escenario y el pálpito de su historia se convierta en un volcán melodramático.

    Eso sí, el trabajo de Lélio es un ejemplo más de la coherencia de una obra, en tanto que sigue la estela de sus retratos de mujeres independientes y alejadas de toda convención (Gloria y Una mujer fantástica) que no dudan en arrasar con las imposiciones sociales con tal de visibilizar y hacer realidad su deseo.

    A favor: Su fascinación por la opresión de la comunidad de judíos ortodoxos londinenses que retrata.

    En contra: Unos giros melodramáticos que, a pesar de sus intenciones, no tienen el suficiente poderío.

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