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    El salario del miedo
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    David Filme
    David Filme

    16.232 usuarios 262 críticas Sigue sus publicaciones

    4,0
    Publicada el 5 de julio de 2021
    “El Salario Del Miedo” es un sólido y excelente thriller de aventuras, dirigido por H.G. Clouzot y protagonizado por Yves Montand. Hay que tener en cuenta que antes de que la acción principal se desencadene, hay un considerable prólogo donde conocemos a los personajes y el lugar de donde parte la acción. Clouzot, en esta parte inicial, dispone las piezas sobre el tablero y nos da pinceladas sobre la psique de los protagonistas. El punto de partida es un pueblo llamado Las Piedras, en un innominado país sudamericano. Puede ocurrir que, sabiendo la premisa principal, este prólogo se nos haga algo largo, pero la atmósfera sofocante, casi irrespirable y exótica está muy conseguida. Es como una Casablanca desprovista de glamour. En Las Piedras solamente acaban los perdedores, los fugitivos y los que no tienen nada que perder. Las dos parejas encargadas de conducir los dos camiones ven en la misión suicida del traslado de nitroglicerina una oportunidad de salir de aquel infierno. La compañía petrolífera se aprovechará de la desesperación de cuatro pobres diablos para que conduzcan los camiones que transportarán la nitroglicerina que ha de apagar las llamas de los pozos petrolíferos. El protagonista principal del film, es el francés Mario (Yves Montand) que traba amistad con su compatriota M. Jo (Charles Vanel). Ambos, pero particularmente Jo, son trapaceros, arrogantes y algo marrulleros. Juntos conducirán unos de los camiones. En el otro van el jovial y amable italiano Luigi (Folco Lulli) y el inteligente alemán Bimba (Peter Van Eyck). Los caracteres contrapuestos y la tremenda presión del viaje harán todavía más difícil la empresa.

    Una vez que los camiones se ponen en marcha comienza una de las características principales de la película, su continua y a ratos insoportable tensión. La conducción comienza de madrugada, bordeando el amanecer, con una sensación nerviosa. Ahora que ha llegado el inicio del viaje todo parece más intenso. Jo, que en Las Piedras era fatuo y bravucón, comienza a mostrarse débil física y mentalmente. Mario pasa a ser cada vez más cruel con su amigo. Por supuesto el camino no va a ser una flamante autopista perfectamente asfaltada, abundarán los caminos de cabra, obstáculos naturales o arquitectónicos y todo tipo de dificultades. Todo ello mientras una siniestra espada de Damocles pende sobre las cabezas de los conductores, un leve traqueteo de más y la nitroglicerina los hará saltar por los aires. Cualquier segundo puede ser el último. Sin embargo, independientemente del angustioso transporte, durante el trayecto los conductores se van trasformando y evolucionando. Particularmente la pareja formada por Mario y Jo. Mario se convierte en el eslabón fuerte, aporta más arrojo, ideas y osadía. Jo cada vez va decayendo más, su chulería queda a un lado y, literalmente, comienza a enfermar. Mario, en lugar de mostrarse comprensivo, saca a relucir una veta sádica que hará del viaje algo todavía más infernal. Hay una mirada tremendamente nihilista con respecto al ser humano, bajo ciertas circunstancias críticas el ser humano es más cruel y despótico que comprensivo y solidario.

    Por su parte, la pareja formada por Luigi y Bimba es algo tensa pero mucho más armónica. Por eso quizá la película se centre menos en ella. No obstante la afabilidad de Luigi da el toque amable a la cinta, que contrapesa así el continuo toque áspero. H.G Clouzot es uno de directores más interesantes que ha dado Francia. Dado su dominio de la intriga se le suele llamar, de forma un tanto rutinaria, “el Hitchcock francés”. Uno de los ases en la manga de Clouzot para generar tensión es el esmero en la ambientación. En su otro gran clásico, “Las Diabólicas”, la atmósfera y los escenarios derrochaban un ambiente sórdido, oscuro, casi gótico que predisponía a la zozobra. Sin embargo, aquí el ambiente es desértico, desolador, produce en el espectador casi una sensación de calor real y tangible. Esto hace que nos sintamos incómodos y aumenta la tensión exponencialmente. A partir de finales de los años 50 la estrella de Clouzot empieza a declinar, los jóvenes de la Nouvelle Vague (salvo Truffaut) serán un tanto despreciativos con su cine. Afortunadamente su talento siempre ha tenido ascendiente y hoy en día se le considera un gran maestro. Incluso “El Salario Del Miedo” tuvo en 1977 un remake americano llamado “Carga Maldita”, dirigido por William Friedkin.

    Las actuaciones son impecables, el reparto es acertado y cumple notablemente con sus roles, con un Ives Montand en su primer papel dramático, encarnando a Mario, con una interpretación soberbia. Charles Vanel como M. Jo, es el que se lleva la palma (en este caso la de oro en Cannes) aceptando con buen criterio uno de esos papeles que se suelen considerar un bombón por muy miserable que sea el personaje o precisamente por ello y que Jean Gabin rechazó temeroso de que pudiera perjudicar su imagen. A destacar la única presencia femenina encarnada por la brasileña Vera Clouzot, (esposa del director) en su papel de linda, de forma poderosa y sensual, que es tratada de la forma más denigrante posible por un mundo machista, brutal y despiadado, y cuyo perfil hoy nos parece políticamente y humanamente no solo incorrecto sino inaceptable. Y para finalizar, Folco Lulli como Luigi en una actuación aceptable y Peter van Eyck hace lo propio en la piel de Bimba. El film, se iba a rodar en España pero Montand se negó a trabajar bajo la dictadura franquista.

    En definitiva, una excelente película de aventuras con una capacidad abismal para generar tensión, igual a cualquier selecto thriller. El tono del film es áspero en lo formal, aunque no exento de belleza, y nihilista en el fondo. Clouzot nos arroja una mirada pesimista y cínica del comportamiento humano a través de los avatares de unos transportistas de nitroglicerina. Siendo esa expresión vigente y tremebunda de lo que significa vivir atenazados por la incertidumbre en cada segundo de existencia, conscientes de que al siguiente día podemos desaparecer fulminados, sin ser más que otra cifra en la ecuación que todo lo sostiene.

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