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    ¡Vaya bichos!
    Críticas
    2,0
    Pasable
    ¡Vaya bichos!

    En un país multicolor, o sea

    por Marcos Gandía

    Si alguna vez podemos analizar fríamente los estragos que están causando la corrección política, el buenismo y la caza de brujas del pensamiento pijo único, deberíamos comenzar no centrándonos en aspectos pretendidamente rimbombantes, sino en el universo de los dibujos animados para niños. Todos sabemos que el lavado de cerebro y la propaganda se centran en los más pequeños, a quienes hay que adoctrinar (porque hay que protegerlos… ¿de qué?) de manera sibilina y progre, con el apoyo goebbelsiano de educadores, pedagogos y psicólogos, tres jinetes del apocalipsis cultural y social de este

    fin de los días que vivimos. Veríamos que se da por bueno ocultar, o justificar con explicaciones ideológicas vergonzantes, cortometrajes de Disney (es la propia y facha Disney quien lo hace, naturalmente) que (dicen) hoy ofenderían a alguna minoría. Cuando vivimos momentos en los que a una imbécil tertuliana televisiva se le permite afirmar abiertamente que consumir porno lleva a la violación, que los videojuegos y el cine de terror crean psicópatas (¿les suenan estas cosas? Sí, los talibanes llevan años con la misma cantinela) y que los dibujos animados de antes eran sexistas, violentos y crueles, pues estamos donde ellos querían, y ese lugar es el de una (nimiedad) animada titulada ¡Vaya bichos!

    Pobrecita película, el chorreo que le ha caído por mi culpa. Sí, no es nada, es una de esas cintas en las que ya su diseño CGI es repetitivo, no aporta nada, está mil veces visto. 77 minutos (créditos interminables incluidos) que no tienen nada, solamente vacío y una sucesión de mensajitos para los niños, no sea que si pensáramos en hacerles reír, en llevarles a aventuras trepidantes o también a enfrentarles con la muerte, el dolor y la maldad en la vida y la humanidad, les creáramos un trauma. ¡Vaya bichos! adapta, al gusto de la animación políticamente correcta, un no menos políticamente correcto libro ilustrado infantil, aséptico a más no poder. Su única obsesión es convertir lo que un episodio de La abeja Maya te contaba sin subrayar (y adoctrinar) y de manera mucho más entretenida en 20 minutos, en una clase de educación para la Ciudadanía, el eufemismo por el que ahora conocemos a la Formación del Espíritu Nacional. Malos tiempos para la lírica y para ciertos dibujos animados.

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