Me resultó elemental en todos sus ingredientes. Elemental los personajes, las actuaciones, los escenarios, los simbolismos, y, en especial, esa manera de establecer las diferencias de clase y ese absurdo "olor a pobre", que el ricachón resalta en el momento de mayor tragedia y que ningún ser humano se tomaría ni un segundo de su vida en resaltar, porque se encontraría abstraído por la situación espantosa en la que se encontraba en ese momento.
Será, además, parte de ese humor asiático que me cuesta digerir, que no logro comprender la escena del hombre que orina y la escena que raya en la estupidez absoluta cuando uno de los protagonistas lo enfrenta. Tal vez para un asiático sea sumamente gracioso. Yo lo encuentro estúpido, y listo.
De todos modos, me quedé esperando ese giro de guión del que tanto me habían hablado. Ese giro que no te esperas y que hará que tu cabeza estalle. En realidad, me esperaba un ardid finamente construído por la familia invasora y que de alguna manera terminarían apoderándose de cuánto la familia rica poseía. Pero no, el giro era ese secreto que la antigua sirvienta ocultaba en un sótano. Ese secreto era uno de los personajes más fastidiosos y ridículos que ha ofrecido el cine, y que solo puedo situar en el sitial que alguna vez le dediqué a Jar-Jar-Bings. En verdad detesté a ese sujeto delirante, que entiendo era más simbólico que real y, por ende, menos creíble.
A partir de ese giro, lo poco que podía esperar de esta película encaminó hacia un absurdo sin remedio. El desenlace es malísimo, el mensaje elemental.
La peor película del año.