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    Hellboy
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Hellboy

    Este chico es otro demonio

    por Manuel Piñón

    Guillermo del Toro fue a la vez lo mejor y lo peor que le pudo pasar a Hellboy. El director mexicano consiguió con sus dos adaptaciones de 2004 y 2008 que el personaje trascendiera a los cómics, adquiriese una popularidad extraordinaria y estableciera una estética propia. El problema es que la personalidad del chico demonio llegó a ser prácticamente indistinguible de la de Del Toro, que lo integró en su característico imaginario. Los vampiros de Blade II, los monstruos de El laberinto del fauno o incluso el hombre anfibio de La forma del agua podrían haber aparecido en las posteriores entregas que nunca tuvieron lugar.

    Quizá eso es lo primero que ha querido remediar Mike Mignola, padre legítimo de la criatura. Ahora, con la custodia en solitario en esta nueva vida cinematográfica de Hellboy, ha elegido a David Harbour, que toma el relevo de Ron Perlman, talismán de Del Toro. La idea es mostrar una cara más madura de un personaje que ya no es tanto un adolescente caprichoso, como un jovencito rebelde. Y si para eso hay que borrar del mapa a los gatitos, las tortitas y todo lo que le convertía en un gigantón muy mono, se hace y punto. Además, hace falta hueco para las referencias adultas al ocultismo y las sociedades secretas, la acción sin concesiones y ciertos salpicones de gore visceral. Como ha sucedido en el cuarto de siglo que Hellboy lleva apareciendo en los cómics, esta es una otra cara de un personaje que sigue siendo reconocible a pesar de los cambios y la actitud perfilada. Por establecer un símil con otro agente especial, como sucesor Harbour estaría más cerca de George Lazenby que de Roger Moore en la saga de James Bond. En su mano está que el sheriff de Stranger Things tenga la continuidad del segundo, porque el papel le sienta tan bien como a Perlman.

    De este Hellboy que se presenta sin número ni subtítulo, reclamando con contundencia una identidad propia, hay que celebrar que alardee de fondo de armario. Presenta a nuevos aliados y villanos, tan o más carismáticos que los que ya conocieron los espectadores. Lo mismo sucede con las historias que Mignola ha elegido contar, las que aparecían en los cómics La cacería salvaje y La tormenta y la furia. Ambientadas en el Reino Unido, es una oportunidad magnífica para colocar fuera de su habitat natural al personaje y forzarle a interactuar de una forma distinta. Ese cambio de escenario y compañía es probablemente uno de los grandes aciertos de la película, la prueba de que hasta ahora sólo habíamos visto el Hellboy que Del Toro nos había dejado ver. En ese aspecto, Mignola ha encontrado en Neil Marshall, un director de perfil bajo con películas estupendas como Dog Soldiers, un cómplice para sus planes: convertir Hellboy en gozosa serie B, brutal, divertida y tremendamente eficaz, y olvidarse definitivamente del cine fantástico con sello de autor.

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