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    Las golondrinas de Kabul
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Las golondrinas de Kabul

    Sobrevivir a la ruina

    por Paula Arantzazu Ruiz

    ¿Es posible encontrar poesía donde solo gobierna la barbarie? ¿Mantener la integridad cuando lo que hay alrededor cae en pedazos? Nadie sale indemne de la destrucción ni de ningún conflicto, por pequeño que sea, aunque aquellos en los que vence la sinrazón provocan heridas más profundas y difíciles de cicatrizar, como ha sucedido (y sigue sucediendo) en los agrestes altiplanos de Afganistán, zona de alto voltaje durante los estertores de la Guerra Fría y punto caliente geopolítico en la época en que el politólogo Francis Fukuyama promulgaba el fin de la historia. Ahí se paró, ciertamente, el tiempo y durante más de quince años el país retrocedió siglos cuando el régimen talibán impuso sus radicales creencias: la obligación de portar el burka las mujeres; la aplicación radical de la sharia, la ley islámica; la destrucción de los Budas de Bāmiyān; y un largo etcétera de situaciones horrendas. No todo el mundo, sin embargo, miraba entonces hacia otro lado, porque ya en 2002 Yasmina Khadra (seudónimo del autor argelino Mohammad Moulesshoul) trató de recuperar algo de belleza y humanidad de entre la destrucción en Las golondrinas de Kabul, primero novela, luego best-seller global y ahora, casi 20 años más tarde, película de animación dirigida por un equipo de dos mujeresZabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec.

    Las golondrinas de Kabul explica la historia de dos parejas atrapadas en el Kabul de los talibanes cuyas vidas quedan imbricadas cuando la tragedia hace acto de presencia. Nos habla, en suma, de la capacidad de resistencia del ser humano en un momento en que la esperanza ha desaparecido. ¿Cómo dar cuerpo, gesto y color a una historia sobre el desvanecimiento de esos tres elementos precisamente? ¿Cómo lograr encarnarlo y que tome cierto alcance lírico y mediante unos resortes narrativos justos con el dolor del material tan sensible que están modulando? Decir que Breitman como directora y Gobbé-Mévellec como especialista de la animación han pensado mucho en estas cuestiones sería entrar en el terreno de la especulación, pero la delicadeza con la que han traducido las palabras de Khadra en imágenes nos lleva a pensar en que detrás hay un esfuerzo ético y artístico considerable. Hay una gestualidad cercana, repleta de humanidad en el trazo de los dibujos que conforman la película y ello se debe al proceso técnico utilizado, por el que se ha filmado primero a los actores para pintar sus interpretaciones después. El tono evocador de las manchas de acuarela, una técnica pictórica que no solemos asociar con lo cinematográfico, tiñe de melancolía una historia ya de por sí triste y a la vez la dota del suficiente halo de luz que nos hace pensar en otro tipo de emociones, en la posibilidad de sobrevivir a la ruina.

     

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