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    El viaje de Nisha
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El viaje de Nisha

    Cruce de destinos

    por Marcos Gandía

    Si a la angustia existencial de todo adolescente preguntándose ¿quién soy? le añadiéramos unos apuntes culturales y religiosos, vistos ambos más como unas cadenas de hierro forjado, estaríamos en vísperas de un dramón doble, casi de una tragedia. La indefensión, fragilidad y delicadeza con la cual todo teenager se enfrenta a sí mismo, a la vida misma, ha dado algunas de las más bellas y dolientes páginas de la literatura, y de los fotogramas de ese otro arte que es el cine. El viaje de Nisha es una película hermosa, también en su dureza y en la crueldad a flor de piel, de alma incluso,

    que nos muestra desde una manera directa, como una bofetada (esos castigos que sufre la pobre protagonista), y de otra no menos dolorosa, pero envuelta en una suerte de poesía romántica etérea, de un etéreo que añora paraísos perdidos, vidas rotas y memorias de vírgenes suicidas. No por nada, el film, autobiográfico pero donde la realidad no se inmiscuye abruptamente para echar a perder un relato desde la ficción, se divide en dos, se abre en dos mitades. Lógica elección la de su directora y autora: la chica en la sociedad occidental y en el mundo oriental; la mujer que lucha por tener voz propia y la servil y dócil esclava en que la quieren convertir. Es dentro de esa dualidad, la misma que nos lleva de un país europeo a un régimen casi anclado en el Medievo, donde el film podría haber caído en lo maniqueo (casi está a punto de hacerlo al describir a los personajes más fundamentalistas), en dividir a esos adultos que marcan el destino de Nisha en buenos y malos. Afortunadamente no lo hace, y en los peores momentos, esos de despertar en un Pakistán cerrado (más para una mujer), hay un resquicio para cierto intento de comprensión, una pequeña luz en el alma humana, breves instantes de felicidad.

    Que sus (presentes, obvias y nada ocultas) intenciones políticas conviertan a El viaje de Nisha tan sólo en un alegato, en una denuncia, sería hacerle un flaco favor a una obra que se crece, y que resulta más útil, cuando es más íntima que externa. Cuando invoca al François Truffaut de La piel dura o a la Sofia Coppola de Las vírgenes suicidas.

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