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    Bergman, su gran año
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Bergman, su gran año

    Una aproximación apasionantemente crítica a la figura del director sueco

    por Eulàlia Iglesias

    Si midiéramos el valor artístico de un cineasta por su capacidad para estrenar grandes obras en poco tiempo, Ingmar Bergman reinaría muy por encima del resto de sus colegas (con Fassbinder siguiéndole muy de cerca). Para muestra, este documental de Jane Magnusson que toma como punto de partida 1957, el año en que el director sueco estrenó ni más ni menos que El séptimo sello y Fresas salvajes, dos películas que no solo marcan su filmografía sino que también representan un hito en la historia del cine. Para más inri, ni tan siquiera fueron las únicas en las que trabajó durante esos 12 meses, ya que también rodó para televisión En el umbral de la vida, título pionero al poner en el foco un tema tan específicamente femenino y tradicionalmente invisibilizado como los diferentes estados de ánimo de tres mujeres ante la maternidad. ¿Quién da más? El propio Bergman que, seguimos en 1957, también dirigió cuatro obras de teatro, entre ellas una adaptación de cinco horas por todo lo alto de Peer Gynt de Ibsen y una puesta en escena ultraelogiada de El misántropo de Molière. Y todo ello sin abandonar su muy agitada vida romántica e incrementado su ya por entonces familia numerosa... En uno de los momentos cumbre de la película, ni el propio Ingmar parece saber cuántos hijos tenía por entonces, lo que dice mucho de su forma de entender la paternidad. Por cierto, todo ello lo llevó a cabo sufriendo dolores estomacales que le obligaban a llevar una dieta estricta a base de té y galletas.

    Lejos de convertir esta capacidad de trabajo en signo de una genialidad que solo puede ser admirada, Magnusson la utiliza para revisar la figura del maestro, en el fondo un hombre que se encerró en su propia compulsión laboral desdeñando así sus responsabilidades familiares y personales. La directora también regresa a algunos de los puntos oscuros de su biografía, como su fascinación juvenil por el nazismo, que el de Upsala ya apuntaba en sus propias memorias. Magnusson trabaja en este sentido a partir de una interesante hipótesis. Los textos autobiográficos de Bergman deberían leerse con cautela en tanto siempre existe cierta construcción de un mito propio en unas memorias. En cambio, sería en sus ficciones cinematográficas donde el cineasta dejaría entrever mejor sus demonios interiores y sus rincones más oscuros. La directora rescata también documentos que cuestionan algunas de las leyendas que Bergman propagó sobre sí mismo. Ahí está esa entrevista inédita con su hermano mayor Dan, en que este declara que esa imagen fijada sobre todo, pero no solo, en Fanny y Alexander, de un joven Ingmar atormentado por la figura rigurosa de un padre predicador no se correspondería a la realidad ya que, según el hermano, Ingmar era el enchufado de la familia...

    Magnusson no se detiene aquí en glosar la cualidad estética de la obra de Bergman, tema que ella misma ha analizado en films precedentes como Descubriendo a Bergman, codirigido con Hynek Pallas, donde traza la influencia del sueco en el cine contemporáneo con la colaboración de directores como Woody Allen o Martin Scorsese. En Su gran año concilia la admiración por la obra de un grande con la aproximación crítica a su figura. Desde una perspectiva en parte feminista, Magnusson cuestiona de manera muy oportuna las inercias que permiten que una persona acumule demasiado poder con la excusa de que es un genio incuestionable y la gran figura internacional de su país. La película no entra tanto en el conocido rencor que le guardaron otros directores porque se vieron obligados a trabajar siempre a su sombra en una cinematografía, la sueca, donde no parecía haber lugar para otros realizadores. Si no en el propio trato que Bergman dispensó a otros profesionales, como al entonces joven actor Thorsten Flinck a quien humilló por percibirlo como una competencia. Así, Su gran año no desmitifica tanto al director sueco como pone en entredicho las dinámicas que encumbran a una figura más allá de su reconocimiento artístico. En este sentido, el film se inscribe en los actuales debates sobre las formas de repartir y ejercer el poder también en el ámbito de la cultura y en los procesos artísticos. Lo bueno del documental es que, desde su mirada crítica, no deja de resultar una apasionante inmersión en la trayectoria de uno de los hombres que más ha marcado nuestra cinefilia. 

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