Mi cuenta
    El huevo del dinosaurio
    Críticas
    3,5
    Buena
    El huevo del dinosaurio

    Cuestión de distancias

    por Quim Casas

    La última película del director de La boda de Tuya reivindica su ancestro mongol a través del paisaje y como este es filmado. No son personajes en un espacio, sino un espacio que contiene personajes. Durante toda la primera mitad de El huevo del dinosaurio, lo que ocurre se cuenta mediante planos generales largos y estáticos que no nos permiten ver los rostros de los hombres y mujeres que se mueven por ese espacio antiquísimo, amplio e ingobernable de la estepa de Mongolia.

    Es así en la secuencia de apertura, cuando desde la perspectiva lejana de unos policías vemos como una pastora dispara contra una loba para ahuyentarla del escenario de un crimen. Vemos también un cuerpo inerte y desnudo, aunque solo sabremos que es el de una mujer porque así lo comentan los agentes. Vemos al joven policía, apenas 18 años de edad, que se queda a pasar la noche junto al cadáver para vigilarlo y que combate el frío bailando al son de un tema de rock duro y del Love Me Tender de Elvis Presley. Todo parece singular, distinto, extraño, pero en el fondo es muy normal. Es la distancia focal lo que alterna nuestra percepción clásica frente a unos acontecimientos filmados por una cámara.

    La película sigue en esta línea en la secuencia más importante, cuando la pastora y el jovenzuelo policía pasan la noche juntos. La cámara se acerca un poco a ellos, pero la llama de la hoguera se interpone entre los cuerpos y el objetivo. Nada es nítido en este primer bloque. Después, cuando hacen el amor, resguardados del viento helado detrás de un camello, la cámara les recorre, muestra la cabeza y la mirada inexpresiva del animal y, a continuación, mientras el policía tiene el orgasmo, la pastora carga su rifle, se levanta y dispara contra la loba. Sexo, quizás algo de amor, frío, calor y supervivencia en ese espacio único filmado en panorámico e iluminado con la lumbre de la fogata o la luz que irradia el crepúsculo.

    Es un filme muy bello, pero su concepción visual responde a un criterio concreto. Solo cuando las vidas de los dos amantes de una noche se separan, Wang Quan’an decide agitar la cámara y los encuadres de manera digamos que más cercana. Lo hace tanto cuando no está la pastora, en la a vez dura y divertida secuencia en el depósito de cadáveres, donde los policías despiden a una agente que parte hacia Ulan Bator con cantos mientras la doctora se dispone a diseccionar el cadáver hallado en la estepa y el teórico asesino está esposado a un radiador en la estancia contigua. Y también cuando el agente y el caso criminal se diluyen por completo para centrar el foco, ahora en primeros y medios planos, en la pastora, llamada Dinosaurio, su embarazo, la relación con el pastor motorizado que siempre la ha querido y la perpetuación de los de su raza. Ahora son los cuerpos –incluyendo la larga secuencia del parto del ternero– los que parecen dominar al paisaje en el que se insertan.

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