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    La novia de Frankenstein
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    David Filme
    David Filme

    16.216 usuarios 262 críticas Sigue sus publicaciones

    4,0
    Publicada el 12 de mayo de 2020
    "La Novia de Frankenstein" es un notable clásico dirigido por James Whale, secuela de la mítica “El Doctor Frankenstein”. Luego de intentar olvidar los traumáticos hechos asociados a la abominable criatura que creó, y después de jurar abandonar sus experimentos, Henry Frankenstein se verá obligado a ceder a los chantajes del siniestro Dr. Pretorius para crear una compañera para el monstruo. A pesar de que el gran éxito de “Frankenstein” rápidamente llevaría a Carl Laemmle Jr. a considerar una secuela, considerada en el mismo rodaje del clásico de James Whale, cuando luego de filmar la muerte de Víctor Frankenstein en el epílogo, Laemmle Jr. obligó al director a colocar un final ambiguo y abierto, precisamente para una secuela. Whale estaba convencido que una secuela era sencillamente imposible e inviable debido a que se había agotado la idea principal. Siempre tuvo en consideración que la secuela difícilmente superaría a la original, por lo que decidió abordarla desde el principio en base a dos estrategias narrativas que además de pertinentes, son sencillamente eficientes y notables. El prólogo de la cinta con esa magnífica escena que reúne a Lord Byron, Percy B. Shelley y Mary Shelley comentando las circunstancias creativas de este clásico de la literatura gótica, es toda una declaración de principios de Whale para el espectador.

    No sólo sirve de perfecta presentación para continuar con la historia de la precuela y su brutal epílogo, sino que sirve como un perfecto método metadiscursivo para acercar al espectador a la novela (1818) de Shelley, a la par que introduce una nueva historia con personajes ya conocidos y otros nuevos, además de situaciones nuevas, pero con el mismo principio ético y moral. La segunda estrategia narrativa, es realizar una continuación fluida y natural de los acontecimientos, una perfecta conjunción entre el final de la precuela y el inicio de la secuela, una cuestión que no sólo se traduce en la ventaja de ser un pionero en la construcción del cine de horror estadounidense, sino también en la de tener una visión narrativa simplista y compleja, al mismo tiempo. Para ello, el director realizará una magistral conjugación de escenas a estas alturas legendarias en la historia del cine para conectar ambos films, el clímax de la turba enardecida quemando el viejo molino y la caída aparentemente fatal de Víctor Frankenstein a manos del monstruo. Volviendo al lenguaje simbólico, debemos recordar que se había utilizado la figura del monstruo de Frankenstein como una propia alegoría a su persona, un personaje solitario, incomprendido y despreciado por los demás por ser diferente. Whale amplia el espectro metafórico de su homosexualidad en la figura de la novia, creada por Frankenstein y Pretorius.

    Otra referencia homosexual es la relación del monstruo y del ermitaño ciego, que conviven como un matrimonio del mismo sexo que el resto de la sociedad no tolera y en donde el monstruo no tiene aún la conciencia de que no es lo mismo tener un compañero que una compañera. De hecho, una fuerte polémica se desarrolló a través de décadas entre los críticos y los biógrafos de Whale que defienden la tesis de que el director no utiliza la figura de la novia como referencia metafórica a sí mismo, ya que pregonaba abiertamente su homosexualidad. Como sea, fue objeto de censura no sólo por estos elementos homoeróticos, sino también por sus constantes referencias religiosas, como la comparación creativa del hombre y Dios, las recurrentes imágenes cristianas como la escena de la cruz en el cementerio y la del monstruo amarrado a una cruz improvisada al ser capturado por la muchedumbre en una alegoría al Vía Crucis, y los gestos de deseo que el monstruo tiene al ver el cuerpo femenino de su compañera. También, la forma burlesca en que se retrata al rey Enrique VIII en la secuencia de los homúnculos de Pretorius no fue bien recibida en el país natal del realizador. Sin embargo, el director deja patente el dilema filosófico de la naturaleza humana. Una vez más deja en el espectador la libertad para preguntarse si el hombre es realmente bueno o simplemente su imperfección le hace decantarse por la maldad.

    Las actuaciones son impecables, el retrato de Henry Frankenstein, en la piel del icónico Colin Clive, continúa siendo interesante, con un hombre atormentado y en constante contradicción, pero aún asaltado y superado por el viejo espíritu arrogante del científico y su creación. Por su parte, su abominable criatura, el monstruo, con un ya consagrado Boris Karloff es quién muestra una mayor evolución, esencialmente psicológica cuando entra en conciencia de sí mismo, a pesar de tener una edad psicológica de 10 años y una emocional de 15. El relato de su evolución es sencillamente conmovedor y está construido con un ritmo tan dinámico como moderado. La ama de llaves de los Frankenstein, Minnie, personaje neurótico pero cómico interpretado por Una O’Connor que sirve para los ribetes de comedia tradicional en la trama. El personaje de Elizabeth, la prometida de Víctor que se convierte en la clave para que Pretorius y el monstruo chantajeen al científico y colabore en la creación de la compañera, personificada por Valerie Hobson. Por otra parte, la inclusión de Mary Shelley y el personaje de la novia del monstruo, ambas interpretadas por una icónica Elsa Lanchester. Un personaje realmente notable y que llena de frescura a la trama es la introducción del maquiavélico Dr. Proterius, interpretado brillantemente por Ernest Thesiger.

    En definitiva, una notable secuela que brilla con luces propias gracias a una inteligente apuesta narrativa que asegura un relato de ritmo fluido, personajes reformulados y otros nuevos maquiavélicos, todo dentro de una factura técnica inigualable en décadas posteriores. Con una ambientación y puesta en escena que bebía del cine expresionista alemán y con una fuerza narrativa más que sobresaliente. No pasará el tiempo por esta cinta porque el buen cine jamás pasa de moda.
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