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    Lady Bird
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Lady Bird

    Ser joven nunca fue fácil

    por Alejandro G.Calvo

    No he visto el primer largometraje como directora de Greta GerwigNights and Weekends, 2008; anclado dentro del singular memento (más que movimiento) conocido como “mumblecore”-, así que la única predisposición frente a esta, bastante impresionante, Lady Bird, viene de su trabajo como (co)guionista junto a Noah Baumbach en películas del alcance cualitativo de Frances Ha (2012) y Mistress America (2015). Gerwig, como Woody Allen en sus mejores tiempos, suele situarse en el centro de la narración para así exponer los sinsabores de la mediana edad en la neurosis de la mujer neoyorquina de clase media. Con un pie en la comedia dramática de autoafirmación y otro en el cine romántico desesperado, la obra de Gerwig-Baumbach ha causado tantas pasiones –entre los que me incluyo- como rechazos, al tratarse de una obra que en su honda de introspección personal a veces se ha confundido con el egocentrismo.

    De ahí que lo que primero sorprenda de Lady Bird -donde Gerwig se borra como actriz y cede su yo joven, cuál milagro de la transubstanciación, en una impresionante Saoirse Ronan- es que, siendo la película más personal de su directora, es a la vez la que proyecta un mensaje más global. En otras palabras: puede que Lady Bird esté basada directamente en la juventud de Gerwig en Sacramento (California), pero ello le sirve para formular un relato bellísimo sobre los miedos y los sinsabores de la adolescencia que, a base de hacerlo lo más cercano y posible, consigue proyectarse de una forma ciertamente universal. Curiosamente no es una cuestión de realismo cinematográfico, pues la película estaría más cerca de la obra de Miranda July que de Lauren Cantet (por citar dos cineastas que no pueden ser más antagónicos), buscando cierta poesía que emane del romanticismo de los actos, que no buscando un naturalismo a la europea (algo de lo que peca la obra de Baumbach).

    De esta forma Lady Bird entraría en la liga de las grandes películas indies americanas sobre la adolescencia situando a una chica en su epicentro narrativo: Ghost World (2001), Juno (2007) o Rumores y mentiras (2010), serían grandes ejemplos de cómo la comedia se puede filtrar, casi de forma capilar, en un contexto tan atractivo para el conflicto dramático como es la juventud. Gerwig contextualiza la acción a través de una maravillosa chica-pájaro que, como todo adolescente, se siente alienada tanto a nivel social como familiar. Esa búsqueda por encajar, incluso donde ni siquiera quiere estar, dota a la película de una delicadeza quebradiza, señalando con alta perspicacia que en toda autoafirmación existe buena parte de confusión. Vamos, que uno no acierta a menos que se haya equivocado ya demasiadas veces.

    Pero de todo lo que me gusta de la película de Gerwig (que es mucho) me quedo, especialmente, por cómo retrata la relación entra la protagonista y su madre protectora (Laurie Metcalf). El autocontrol melodramático aplicado por la cineasta convierte lo que podría ser una película de muchos gritos y pocos susurros en una historia de amor materno-filial tan compleja como emocionante. No es fácil ser hija, parece que diga Gerwig, pero aún más difícil es ser madre. Y hay tal honestidad en ese retrato que uno no puede más que rendirse ante una de las películas más delicadas e inteligentes de este finiquitado 2017.

    A favor: Saoirse Ronan, Saoirse Ronan y Saoirse Ronan

    En contra: Que aún falten muchos meses para su estreno comercial

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