Mi cuenta
    Pasolini
    Críticas
    3,5
    Buena
    Pasolini

    Intuiciones pasolinianas

    por Carlos Reviriego

    Aunque no son pocas sus virtudes, lo que más me interesa de la película Pasolini es aquello que nos revela no tanto del genio italiano como de Abel Ferrara. El aura de malditismo que acompañó al autor de Teorema (1968), su naturaleza transgresora, es un campo magnético para el cineasta del Bronx, quien en su adolescencia ya firmó con seudónimo una película porno –9 Lives of Wet Pussy (1976)–, y que desde entonces, a lo largo de las décadas, ha subvertido todo tipo de géneros y formatos: la serie B anclada en el gore –Ángel de venganza (1981)–, capítulos para series de televisión –Corrupción en Miami (1985)–, películas de culto –El rey de Nueva York (1990), The Addiction (1993), Go Go Tales (2007)– o documentales –Chelsea on the Rocks (2008)–, si bien la inmortalidad de su obra siempre se asocia a dos filmes: Teniente corrupto (1992) y El funeral (1996).

    Pasolini es, si queremos, el gesto tributario de un cineasta quizá no tan propenso a profundizar en el legado del intelectual italiano, sino a comprenderse a sí mismo a través de él. Una forma de exorcismo en piel ajena, como acaso también lo era su anterior filme, Welcome to New York, centrado en el descenso a los infiernos de Dominique Strauss-Kahn. La película se ocupa así de retratar las últimas horas del creador italiano, su cotidianidad y tiempos muertos: leyendo, escribiendo, compartiendo la rutina doméstica con su madre, conversando con su agente, con su primo y ayudante, comiendo con la actriz Laura Betti, asistiendo a un partido de fútbol, cenando con su examante, cuyo matrimonio desencadenó la depresión de Pasolini, etc. Eso por lo que respecta al presente indicativo de un relato cuyo desenlace podemos anticipar, la brutalidad en la playa de Ostia, la abyección del asesinato, filmado con la conciencia de que su escenificación operística contradice la versión oficial. No podía ser de otro modo.

    Bien es cierto que al margen quedan las hipótesis conspiratorias. En la cima de su carrera profesional, aunque acaso en lo más bajo de su vida personal, Pasolini era el intelectual al que había que matar por todo lo que sabía sobre los oscuros intereses del Gobierno y poderes fácticos, pues de hecho lo estaba volcando en su inacabada novela Petróleo. Aparte de la novela, el creador de Bolonia acababa de estrenar Saló o los 120 días de Sodoma (1975) –imágenes con las que arranca el film de Ferrara– y trabajaba en la puesta en escena de Porno-Teo-Kolossal, película que obviamente nunca llegó a hacer pero que, en un perverso juego de espejos, Ferrara se permite recrear a la manera pasoliniana: una multitudinaria orgía de gays y lesbianas. En todo caso, el guion de Maurizio Braucci no está propulsado por la necesidad de esclarecer las turbias circunstancias alrededor de la trágica desaparición de Pasolini, si bien parece avanzar como lo hace un via crucis, una serie de rituales que conducen a la condena y la perdición.

    Desde su vertiente formal y estructural, Pasolini se hermana con lo que Paul Schrader hizo alrededor del más grande de los escritores japoneses en Mishima (1985), donde los últimos latidos de la vida del artista japonés convivían con viajes oníricos, flashbacks y dramatizaciones de sus obras. El film de Ferrara adopta una estructura caleidoscópica y laberíntica, navega entre paisajes íntimos, tiempos muertos, varios flashbacks, su popular y profética última entrevista para la que sugirió el título (“Estamos todos en peligro”), así como representaciones de las obras en las que estaba trabajando en ese momento. La destilación y la síntesis, la búsqueda de una depuración poética que pueda dar cuenta del pensamiento y la sensibiidad pasoliniana, de sus múltiple rostros, es al fin y al cabo donde reside el motor (y las conquistas) del film, cuya controversia es inherente a su existencia. Sus arrebatos y excentricidades son en todo caso las que han dado forma al cine siempre intuitivo de Ferrara.

    Lo mejor: Willem Dafoe y el sentimiento de perdición y tragedia que se va adueñando de la película.

    Lo peor: Que no convencerá ni a los legos en la materia ni a los expertos en Pasolini.

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