Lincoln (USA, 2012), de Steven Spielberg
Doce años ha tardado el realizador más famoso del mundo en llevar a cabo su personal acercamiento a la figura del decimosexto presidente de los EEUU, personaje que le fascina desde la infancia. Spielberg ha tenido todo el tiempo para seleccionar puntos de partida, perspectivas y cronologías. Las hipótesis para el tratamiento de su particular acercamiento a la presidencia de Abraham Lincoln fueron de diversa índole. Desde una biografía completa y exhaustiva (que probablemente habría resultado tan agotadora como superficial), hasta un retrato de la guerra de secesión desde su punto de vista (que habría dotado a la propuesta de un constante tono épico que no interesaba al realizador), para finalmente decantarse por el proceso de debate en el Congreso y fuera de él, que culminó el 31 de enero de 1865 con la aprobación en El Congreso de la Enmienda 13 de la Constitución Estadounidense (aquella que declara abolida la esclavitud).
Para llevar a cabo su empeño personal, el rey midas de Hollywood, tuvo el privilegio de contar, con tres pilares fundamentales: En primer lugar, el punto de partida de la extensa y detallista novela Equipo de Rivales el genio político de Abraham Lincoln (Team of Rivals: The political genious of Abraham Lincoln, Simon & Schuster, Nueva York, 2005, no editado en España) escrita por la historiadora ganadora del premio Pulitzer, Doris Kearns Goodwin, cuyos derechos fueron comprados durante su escritura. Como su título indica, la autora demuestra las muchas habilidades del presidente, pero su narración se centra en su estratégica labor de unir fuerzas e intereses políticos con encarnizados rivales políticos en el pasado, como William H. Seward, Salmon P.Chase y Edward Bates, incorporados a su gabinete como Secretario de Estado, Secretario del Tesoro y Procurador General, respectivamente. Un cruce de personalidades sin duda feroces donde estaban representadas las alas conservadoras y más progresistas del partido Republicano y todos ellos antiguos rivales de Lincoln en la carrera presidencial. Una parte importante del libro de Goodwin relata el fascinante proceso legislativo que lleva a la aprobación de la Enmienda 13 a la Constitución de los EEUU de América. El segundo pilar fundamental es la presencia (tras diversos borradores emprendidos por otros guionistas) del dramaturgo Tony Kushner, autor de la obra teatral Ángeles en América: Una fantasía, por la que ganó el premio Pulitzer y que dio lugar a una fabulosa miniserie producida por el canal de pago HBO, realizada por Mike Nichols. Así mismo, Kushner fue guionista del excelente film de Spielberg Munich (USA, 2005), que relataba, con marcado tono político, la represalia del gobierno israelí por el atentado a los deportistas de ese país en las Olimpiadas alemanas de 1972 perpetrado por la organización palestina Septiembre Negro. El tercero de los pilares lo constituye la presencia de uno de los mejores actores de su generación, el inglés (aunque nacionalizado Irlandés desde 1993) Daniel Day Lewis, quien había leído uno de los primeros tratamientos de guión y había rechazado cortésmente la oferta del realizador. La insistencia de éste, una vez tuvo en sus manos el guión definitivo de Kushner y la posibilidad de disponer de un año entero para documentarse y prepararse y convencerle a sí mismo de que realmente podía estar a la altura del reto, restaron argumentos al actor para rechazar nuevamente la oferta de Spielberg.
El contexto histórico elegido para la película es el que transcurre entre enero y abril de 1865. Sin duda un breve período de tiempo en la vida del presidente Lincoln, pero tal circunstancia no impide que nos encontremos ante el más fascinante, incisivo y complejo retrato que se ha podido ver en pantalla sobre el personaje. Realizador y guionista componen un agridulce lienzo de las múltiples aristas, un inteligente crisol de virtudes, defectos, logros o contradicciones, que combina el talento para la política del presidente Lincoln, con su lado más humano y vulnerable. Ante el espectador desfilan los ecos de pretéritas tragedias familiares y personales (la muerte de su joven hijo, Willie, de 11 años, en 1862, víctima de la fiebre tifoidea, y las repercusiones en su matrimonio, la prodigalidad de su esposa Mary Todd Lincoln, investigada por el Congreso, su proximidad a la locura...), así como las maquiavélicas corruptelas perdonadas por la historia (que sin duda escriben los vencedores), para lograr la aprobación de la mencionada Enmienda 13 de la Constitución de los EEUU.
La épica de la contienda sólo asoma en los primeros instantes y lo hace, no para complacer el ansia que podamos tener los espectadores en ver batallas más o menos fidedignas. El cineasta ya nos ofreció su particular visión de una guerra en la sensacional Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, USA, 1998), donde por cierto, se citaba una misiva escrita por el presidente Lincoln a una madre que había perdido varios hijos en la contienda civil. Spielberg con la mencionada secuencia inicial, persigue un fin dramático y específico. Se nos traslada a uno de los últimos campos de batalla, donde las tropas rebeldes son aplastadas literalmente en el barro por un regimiento nordista en el que combaten soldados de color, en revancha contra las tropas confederadas que previamente habían ejecutado a todos los soldados de origen afro-americano que habían tomado como prisioneros. La crudeza y salvajismo de la secuencia bélica resalta el odio racial, irremediablemente asociado a la esclavitud que divide al país. Se nos llama la atención acerca del paralelismos de la secuencia con la crispada contienda verbal que veremos en las dos horas y media posteriores, donde subyacen las mismas razones.
El resto de la acción se traslada a la Casa Blanca, al edificio del Congreso, a los distintos despachos, iluminados casi siempre con una dramática luz tenue, lugares donde tienen lugar los encarnizados y polémicos debates respecto a la referenciada Enmienda 13 y donde se cocina el resultado de la votación final. El sólido guión de Kushner muestra el proceso, la evolución completa, que comienza con la planificación al unísono con el Secretario de Estado, Seward (David Strathairn), quien infructuosamente trata de convencer al presidente de que no es el momento. Continúa con la reunión con el fundador del partido Republicano, Francis Preston Blair (Hal Holbrock) a los fines de asegurarse que todos los Congresistas Republicanos de la cámara votarán a favor de la enmienda sin fisuras, en disciplina de partido. El siguiente paso del presidente será pedir el pleno apoyo de su gabinete, en una secuencia sensacional donde Lincoln, con su parsimonia habitual razona la necesidad jurídica de utilizar los poderes de guerra (que en su día decidió que necesitaba que existieran) para aprobar la referida Enmienda en tiempo de guerra.
A partir de dicho instante, la película se sumerge sin rubor en las cloacas de la política. Seward contrata a tres conseguidores de votos: W.N. Bilbo (James Spader), Robert Latham (John Hawkes) y Richard Schell (Tim Blake Nelson), cuya remunerada labor consistirá en persuadir a los 20 congresistas del Partido Demócrata (en aquellos tiempos, una formación política erigida en guardián de la esclavitud), cuyos votos son necesarios para lograr los 2/3 de la cámara que la reforma constitucional exige. En esa cruzada vale prácticamente todo. Salvo el pago directo de sobornos, asistiremos a promesas de futuro transfugismo político y de posteriores cargos en la reconstrucción del país, a la mentira sobre ciertas realidades determinantes para la formación de la convicción de los congresistas (esa comisión de los Estados Confederados que avanza hacia Washington para negociar la paz, retenida mientras avanzan las negociaciones en la cámara, al tiempo que el presidente niega expresamente su existencia). Tales prácticas hoy en día inaceptables en la política, son expuestas mayormente con honestidad (con alguna emotiva secuencia, el sello Spielberg obliga) en orden a un fin mayor, cual es sanar las entrañas de la nación, terminando con la institución de la esclavitud, que divide fatalmente a la nación desde prácticamente sus comienzos como tal tras la guerra de la independencia. Ya el director nos lo había demostrado con Amistad (USA, 1997), donde un proceso judicial de reclamación de unos esclavos amotinados a principios del Siglo XIX, sacaba a la luz las dañadas vísceras de la nación.
La aprobación de la referenciada Enmienda constitucional, debía, por tanto, facilitar el consenso de cara a la reconstrucción, sin resentimientos, en paz y al unísono, (como proclamaría el presidente en el segundo discurso de investidura, de 4 de marzo de 1865, cuya vehemente y emotiva exposición, cierra la película).
Si la relación de nombres que tan frenéticamente se mecanografiaba en La Lista de Schindler (The Schindler’s list, USA, 1993) era, en palabras de Itzhak Stern (Ben Kingsley), “la vida”, la Enmienda 13, es “la cura” a la enfermedad de su país, como dirá el presidente Lincoln. Su aprobación, antes de la llegada de la paz, supuso un triunfo, fruto de la ejemplar toma de decisión en el momento adecuado (conclusión que se nos permite tomar gracias al paso del tiempo, pero que en su momento representaba un difícil dilema y podía haber supuesto un traspiés considerable). El Congresista republicano y presidente del Comité de recursos de la cámara, Thaddeus Stevens (Tommy Lee Jones) se referirá a la Enmienda como “La medida más importante del siglo XIX, aprobada gracias a la corrupción urdida por el corazón más puro de América” . La decisión, proyectó al presidente Abraham Lincoln a la senda del Olimpo de los políticos, el de aquellos que acuden a la vida pública por vocación, con sensatez y con los objetivos meridianamente claros de servir a las personas y de gobernar para todos.
La película hace verdadera justicia a la inmensa catadura moral y humana de Lincoln. Según explicaba Gore Vidal en su magnífico libro-retrato novelado del personaje, éste padecía de artritis, de estreñimiento y de insomnio, lo que da una idea meridiana de cómo somatizaba la tragedia de su país. En una de las secuencias finales, el General Ulises S. Grant (Jared Harris) le dice al presidente que parece que en el último año ha envejecido diez. Las palabras reflejan ese grado de preocupación y sufrimiento que la guerra y la "casa dividida", parafraseando uno de sus discursos más célebres, causó en su persona.
Están fuera de toda duda las habilidades de Steven Spielberg como narrador, cuya labor rezuma sabiduría y madurez a la hora de captar la esencia del personaje. Ha contado con la inestimable ayuda de sus habituales colaboradores al montaje (Michael Kahn), a la fotografía (Janusz Kaminski) o la música (un John Williams, nada ampuloso y muy sutil), labores todas ellas excelentes. Pero son las interpretaciones de un reparto en absoluto estado de gracia, quienes merecen especial mención en este lujoso recorrido por la vida y obra del Presidente Lincoln. Daniel Day Lewis realiza una composición memorable. Su interpretación no parece tal. Su presencia es prácticamente la del personaje, sincera, sentida, apabullante. Tommy Lee Jones en la piel de Thaddeus Stevens, brilla de modo específico, como lo hace Sally Field en el papel de la sufrida esposa. Pero la gran labor de múltiples actores secundarios, conocidos y no tanto, provenientes de la televisión en su mayoría, contribuyen decisivamente a la composición de un tamiz de auténtico recital interpretativo, al unísono servicio un guión inteligente, insólito en las pantallas de cine.