"Las colinas tienen ojos" toma la mirada inocente de la alienada clase media estadounidense y la enfrenta, desde el terror, con otra, la de los supervivientes de las miserias generadas por sus desperdicios tóxicos.
Es bueno, conviene a veces..., ver ciertas películas con otros ojos; en este caso, con los ojos de la época. Es decir, con la mirada justo de aquel periodo cultural, social y cinematográfico en el cual fueron proyectadas. Se trata de cintas que, tal vez, a día de hoy, queden desfasadas de esa categoría llamada "serie B".
En mi opinión, hoy no existe la serie B; al menos no como se entendía antes. ¿Antes de qué? Pues de la llegada masiva de una tecnología de excelente calidad ajustable a todo tipo de presupuestos.
Reconozcámoslo: nunca volveremos a 1977; igual que nunca se harán películas como ésta, con el espíritu valiente, salvajemente torpe, realizada desde el amor por un género capaz de superar todo tipo de obstáculos. Y, la verdad, hacer un cine así, como el que saca adelante Wes Craven en 1977, suponía algo más que saltar por encima de las contrariedades, había que atravesarlas sin pensarlo dos veces, aunque fuera cuchillo en mano.
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