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    El hombre de mimbre
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    David Filme
    David Filme

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    3,5
    Publicada el 3 de diciembre de 2021
    "El Hombre De Mimbre" es un provocador y memorable film británico considerado película de culto, dirigido por Robin Hardy y protagonizado por Edward Woodward y Christopher Lee. El estricto sargento de policía Howie recibe una carta anónima denunciando la desaparición de una joven en la isla de Summerisle, Escocia, por lo que decide trasladarse hasta el enclave e investigar el caso. No obstante, nadie ha denunciado oficialmente la desaparición y los lugareños no se muestran muy colaborativos con la investigación. De acuerdo a la antigua tradición céltica, sus habitantes solían realizar sacrificios animales y humanos para solicitar el favor de los dioses durante la temporada de cosechas, siendo uno de los métodos más emblemáticos y brutales al mismo tiempo, la utilización del terrible “The Wicker Man”, una enorme efigie hecha de ese material, ramas y pajas, en donde se colocaban y quemaban las ofrendas. Estos rituales encabezados por los druidas celtas, sin embargo, fueron documentados en realidad de segunda mano ya que los celtas no dejaron registro escrito de hechos históricos ni costumbres sociales y religiosas, por lo que las únicas referencias históricas de su existencia se encuentran en “La Guerra de las Galias” (50 A.C.) del romano Julio César y “Geografía” (7 A.C.) del griego Estrabón. Con el advenimiento del cristianismo, en el siglo V D.C. Esta práctica ritual terminaría por prohibirse y extinguirse al igual que otros ritos paganos de exaltación y veneración a los antiguos dioses celtas y la Madre Tierra, como consecuencia de la pugna entre ambas religiones.

    Una temática bastante desconocida y, ciertamente, original fue la que el escritor y guionista Anthony Shaffer presentaría al actor Christopher Lee y al productor Peter Snell, a partir de una historia basada en la novela “Ritual” (1967) de David Pinner, y que sería finalmente producida por la British Lion, a instancias de Snell, tras algunos ajustes narrativos. Christopher Lee, convertido en una leyenda viviente del cine de terror británico, se sentiría especialmente interesado por el proyecto, ya que deseaba alejarse un tanto de su trabajo en el terror gótico británico de monstruos y terror explícito, que lo habían catapultado al estrellato. Así que Lee y Shaffer comprarían los derechos de la novela de Pinner por £15,000, mientras Snell contactaba al novel director Robin Hardy para que guionista y realizador se abocaran a la labor de investigar varios aspectos de las religiones paganas celtas, incluyendo una serie de tradiciones reales como el Festival de Mayo o Beltane, la Danza Morris y otros bailes rituales, procesiones de máscaras y, por supuesto, el ritual del Hombre de Mimbre, principalmente a partir del trabajo del antropólogo escocés James Frazer. No obstante, Shaffer tenía claro que el terror de lo que sería la cinta, debía reflejarse en uno de tipo implícito, más bien sugerente y abtracto, una clase de terror más intelectual, como señalaría en entrevistas posteriores. Así, el guión del film se centrará básicamente en el conflicto ideológico de las creencias cristianas (católicas ortodoxas, para ser exactos) y las prácticas paganas de los habitantes de Summerisle, a inicios de los 70s. Sin embargo, señalar que se trata meramente de ello sería no hacerle justicia a la enorme habilidad narrativa de Shaffer y Hardy por retratar una historia de tanta riqueza iconográfica y visual, en donde como pocas veces en el cine británico de los 70s, con la aún vigente pero decadente hegemonía de la Hammer con su horror gótico, el espectador estará de acuerdo que el fondo termina por imponerse a la forma. Por lo mismo, ofrece más de una lectura narrativa.

    En primer lugar, el filme se desarrolla en una remota isla de la inhóspita Escocia, en donde evidentemente, el guionista hace hincapié en la forma cómo las prácticas neopaganas se han beneficiado (como en los albores del cristianismo) de la lejanía e inaccesibilidad del enclave para reflotar los antiguos cultos celtas, sacándolos de un supuesto estado de letargo o supervivencia clandestina, pero además la ostentación de poder regirse bajo sus propias reglas, aunque en la práctica la isla deba someterse a la autoridad real. De esta forma, Anthony Shaffer esboza la teoría de que el paganismo nunca fue completamente destruido y erradicado de las islas británicas principalmente por su situación geográfica remota y por su rebelde esencia de coexistir muy a pesar de la intolerancia y violencia de otras creencias, pregonando orgullosamente que en realidad sobrevivió inteligentemente al cristianismo por medio de un proceso de sincronismo, lo que habría permitido conservar sus bases ideológicas, para poder “resurgir” en el momento adecuado.
    En segundo lugar, el guión ahonda en este resurgimiento del paganismo en Summerisle por una cuestión pragmática y necesaria que termina favoreciendo la producción y abastecimiento local, así como el comercio con las zonas aledañas, porque responde inequívocamente a la forma natural en que el hombre asimiló su relación con la naturaleza en los albores de la Humanidad. Durante los tensos diálogos del sargento Howie y Lord Summerisle, éste último explica al intolerante policía que el resurgimiento económico de la isla se dio de la mano del resurgimiento de las antiguas prácticas paganas, a partir de la visión de su abuelo, seguida por su padre y él, reflejado en una convivencia religiosa fuertemente anclada a la importancia del ciclo natural de la vida y la relación del hombre con la Madre Tierra.

    En tercer lugar, Shaffer expone el extremo ideológico de ambas religiones, principalmente en las figuras de sus dos antagonistas, el sargento Howie y Lord Summerisle. El primero es un católico recalcitrante, intolerante, creyente en la castidad y la autoridad de la Reina, de la Iglesia Católica y la de su cargo, mientras que el segundo es un hedonista pragmático, que a pesar de la evidente anarquía que puede suponer la cosmovisión pagana de la existencia, no necesita imponer de forma violenta su autoridad, porque para los isleños representa el liderazgo innato inherente a su casta familiar. Ambos representan una forma absolutamente distinta de ver el mundo, los ásperos intercambios verbales entre ambos, Howie con una prepotencia y fanatismo que abruman y Summerisle con una empática conducta cínica, al derribar los “argumentos” ideológicos del policía que cuestiona las tradiciones paganas de la isla. En cuarto lugar, el guión explora la importancia de la educación y el entorno. Propone la tendencia intrínseca del hombre de aprender una forma de vida que se ajuste a sus propias percepciones del mundo, rechanzando la existencia de otra forma que sea esencialmente diferente, catalogándola de absurda, inaceptable y abominable. Ello se relaciona directamente con nuestro instinto gregario, es decir la necesidad de pertenecer a un grupo social y la búsqueda y concreción de prácticas y conductas que nos identifiquen individual y colectivamente. La película está plagada de escenas simbólicas de este tipo, desde actos sexuales de los lugareños en el cementerio a plena luz del día, ritos de fertalidad con arbustos de los cuales cuelgan cordones umbilicales, animales que suplantan cadáveres en los féretros, hasta danzas cuyos participantes están desnudos y donde saltan sobre el fuego.

    Y, en quinto lugar, encontramos la perspectiva crítica de Hardy, que a pesar de que pareciera sentir más simpatía por la postura pagana, por el desenlace, se muestra bastante más ambiguo a la hora de tomar partido. Y es que a pesar de que Hardy propone el debate ideológico, en la práctica, asume una postura ambigua y bastante equilibrada sobre los principios dogmáticos de cada corriente religiosa. Básicamente, podemos hacer esta lectura cuando Howie, que durante todo el metraje se niega a renunciar a sus creencias para abrazar el hedonismo de los habitantes de Summerisle, reflejado principalmente en la tentación carnal que supone Willow, la hija del tabernero, cumple con uno de los principios más elementales de su religión, ofrecer su vida antes de negar sus creencias. En ello podríamos señalar que el director regala una velada ironía sobre el destino del policía, a través de la concreción natural de los hechos, en la que los paganos terminan realizando sus sacrificios humanos para solicitar el favor de los dioses y los católicos terminan sacrificándose como mártires de su ideología. De esta forma, el supuesto triunfo pagano no es más que la culminación de un proceso prácticamente natural entre dos fuerzas que se enfrentan y en el que uno termina por imponerse por cuestiones francamente pragmáticas.

    Otro de los grandes méritos de Hardy en la cinta es su capacidad para despertar diversas sensaciones en el espectador, como escepticismo, empatía y antipatía, y compasión. En la mayor parte del film, el director logra introducir al espectador en un mundo prácticamente onírico, en donde no se sabe realmente si las situaciones que vive el sargento Howie son reales o parte de su imaginación, escenas que se dan en escenarios en donde parece no haber pasado el tiempo, sensación notablemente reforzada por la gran fotografía de Harry Waxman que captura el carácter indómito y remoto de Escocia, en especial en las inmediaciones del cementerio celta así como los roquerios y la colina en donde se emplaza el imponente Hombre de Mimbre. La película se rodó entre septiembre y noviembre de 1972, en los pueblos escoceses de Gatehouse of Fleet, Newton Stewart, Kirkcudbright, Plockton y Cretown, en donde para simular el ambiente veraniego que se ve en el film, se utilizaron tanto frutas como flores de utilería. Además, para el remoto enclave costero de Summerisle, se grabó en la Isla de Skye y se usó el Castillo de Culzean, en Ayrshire, siempre en Escocia. De la misma forma, Hardy ordenó la construcción de tres estatuas de mimbre, construidas en Inglaterra, enviadas por separado y rearmadas en Escocia, dos de las cuales fueron quemadas durante la filmación del clímax y una tercera que fue llevada al Festival de Cannes de 1973.

    Las actuaciones, son altamente eficientes, en especial de sus protagónicos, Edward Woodward y Christopher Lee. Woodward tiene una interpretación realmente brillante como el estricto y fanático sargento Howie, que logra rápidamente captar la antipatía del público, logrando diferentes registros de actuación, además, como el creyente fuertemente tentado, el justiciero incomprendido y finalmente la víctima sacrificada. Por su parte, Christopher Lee, que llegó a decir en una entrevista posterior que su interpretación de Lord Summerisle es su favorita, otorga la elegancia y seriedad necesaria que un proyecto alternativo como éste (ajeno al terror explícito de la Hammer) requería. Para el eterno Conde Drácula, la cinta se convertiría en un proyecto más que actoral, ya que participó en la compra de los derechos de la novela, como ya señalé. El reparto secundario funciona eficiente y principalmente por la tríada femenina compuesta por la sueca Britt Ekland como la hermosa y lasciva Willow, hija del tabernero. La australiana Diane Cilento en el papel de Miss Rose, que sostiene interesantes diálogos con Howie sobre la educación pagana. Y la polaca Ingrid Pitt como la bibliotecaria de Summerisle. Completan el reparto, Lindsay Kemp encarnado por el tabernero Alder McGregor. Russell Waters es el capitán del puerto. Y Audrey Morris como el jardinero/sepulturero de la isla.

    En definitiva, fascinante, provocador y memorable film británico considerado película de culto. Una enorme cinta cuyo mayor mérito es proponer una clase de terror que se construye a partir de la misma naturaleza humana, intolerante y extremista en las concepciones de mundo de cada cual, y donde la línea que separa la realidad de lo onírico es muy delgada, tan así que el espectador se preguntará si esta historia es real o necesariamente ficción. La película ganó el primer premio del Festival Fantástico de París de 1974, y el premio Saturn a la mejor película de terror en 1978. La prestigiosa revista fílmica Cinefantastique la catalogó como “Ciudadano Kane” de las películas de terror, y la revista Total Films la ubicó en el sexto lugar de las mejores películas británicas de todos los tiempos, en 2004.

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