El director de 'The Monkey' y 'Longlegs' filma un complejo y adictivo filme, que se descubre como una alegoría en torno a lo peor de los hombres.
Desde la primera escena, Keeper -la nueva película de Osgood Perkins- las cosas claras y avisa al espectador de que se va a enfrentar a un terror nada complaciente y complejo. Lo que comienza como una escapada romántica rumbo a una cabaña aislada en el bosque se torna en un descenso persistente a la incertidumbre, a la alienación y, sobre todo, a la sospecha de que el verdadero horror puede estar más cerca de lo psicológico que de lo sobrenatural.
Perkins -director de Longlegs y The Monkey- apuesta aquí por un terror sutil, de ambientación y sensaciones, más que de los clásicos sustos típicos de este tipo de productos. La cabaña, filmada con un uso casi obsesivo de la luz natural y los espacios cerrados, actúa como un personaje más: grande, silenciosa y opresiva. Un escenario marcado por las ventanas, largas sendas en el bosque y rincones que constantemente sugieren que algo no está bien, aunque nunca sabemos exactamente qué está sucediendo. Al igual que en los mejores títulos del ‘folk horror’, el entorno no solo genera inquietud, sino que también refuerza el aislamiento emocional de Liz, la protagonista (interpretada por Tatiana Maslany), cuya actuación mantiene la narración de principio a fin.
Pero si Keeper destaca en algo es en su capacidad para hacer que el terror -aun cuando sus imágenes se escapan de toda lógica- se convierta en una metáfora del miedo inherente a las relaciones humanas, sobre todo aquellas marcadas por dinámicas de masculinidad tóxica y expectativas no alcanzadas. El director ha descrito la película como una mirada a "lo peor de ser un hombre" y cómo esa visión puede retorcer incluso las relaciones más aparentemente sanas.Este planteamiento se filtra en cada gesto y cada silencio del personaje de Malcolm (Rossif Sutherland), un médico aparentemente amable cuya presencia nunca deja de sentirse siniestra de algún modo.
Un oscuro viaje alucinógeno que puede resultar confuso
El filme convierte así la relación de la pareja en una especie de experimento -o viaje alucinógeno inducido con una tarta de setas- sobre la psique humana, donde la protagonista no solo debe enfrentarse a lo extraño del entorno, sino también a las pequeñas vacilaciones, silencios y extrañezas de una relación que quizás no es tan sólida como creía. Aquí, la espeluznante casa no funciona como una amenaza explícita sino como espejo de las tensiones internas de la protagonista, que va cayendo poco a poco en una espiral de inseguridad.
La ambición temática de Keeper es innegable: utiliza la premisa de terror para hablar de posesión, sacrificio y las dinámicas tóxicas de poder dentro de una pareja. A través de imágenes superpuestas, planos inquietantes y un ritmo deliberadamente lento, Perkins intenta sumergirnos en la psique de una mujer atrapada entre lo que desea creer y lo que realmente siente. Sin embargo -y aquí reside tanto su encanto como el hecho de resultar confusa-, esta aproximación no siempre se traduce en una narrativa cohesionada. Es por ello por lo que muchos espectadores la pueden sentir como algo desarticulada hacia su segunda mitad, con un guion (que no es obra de Perkins, sino de Nick Lepard) que a ratos parece más interesado en crear sensaciones que en dar a la historia un significado claro.
Hay momentos en que la ansiedad se siente palpable, casi hipnótica; pero otros en que esa misma falta de claridad narrativa provoca que el espectador se pregunte si el misterio es deliberado o resultado de un guion insuficientemente desarrollado. Esto es lo que convierte a Keeper en un objeto de estudio interesante más allá de su clasificación como película de terror: aunque nunca se convierte en un ensayo feminista explícito, la película no rehúye hacer visible cómo las microagresiones, la ignorancia emocional y la complacencia masculina pueden instalarse en una relación. Así se torna en una fábula de cómo estos rasgos pueden ser tan inquietantes, y en ocasiones más dañinos que cualquier monstruo sobrenatural. Por momentos puede evocar -por su complejidad y surrealismo- a Men de Alex Garland, de temática similar.
Lepard -que también es responsable del guion de Dangerous Animals- ha insistido en que el objetivo no era escribir una moraleja, sino exponer el horror que se esconde en las tensiones no resueltas, los malentendidos y los silencios peligrosos. No es casual que la protagonista deba enfrentarse, literalmente, a figuras de mujeres que parecen ecos de historias pasadas: la película sugiere que algunas relaciones no solo repiten patrones individuales, sino que reproducen dinámicas socioculturales más profundas de dominación masculina.
Keeper es, sin duda, un relato que desafía al espectador. Su atmósfera densa y su enfoque más sensorial que narrativo la ubican lejos del terror convencional, acercándolo -por momentos- a experiencias más artísticas o incluso surrealistas. Para algunos, esta dualidad será su mayor virtud; para otros, su defecto más evidente. No es una película fácil -ni clara en su mensaje y desarrollo-, pero sí una que invita a la reflexión después de apagarse las luces de la sala: sobre cómo nos vemos en nuestras relaciones, sobre cómo interpretamos el miedo compartido y, sobre todo, sobre qué parte del terror está dentro de nosotros mismos.