Críticas
3,5
Buena
El extranjero

Explotar ante Dios

por Andrea Zamora

François Ozon se ha lanzado a versionar a Albert Camus. El realizador francés, que prácticamente estrena una película cada año, ha querido seguir la estela de Luchino Visconti, quien en 1967 adaptó la obra con Marcelo Mastroianni como protagonista. Se trata de trasladar al cine la novela más conocida del autor argelino: El extranjero, el primero del novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista. El resultado es una película lánguida, ceremoniosa y bella.

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Meursault (Benjamin Voisin) es un ciudadano francés que reside en la Argelia de los años treinta. Un día recibe la noticia del fallecimiento de su madre mediante un telegrama. Solicita unos días libres en su trabajo y viaja hasta la residencia donde ella pasó sus últimos años para darle sepultura. Desde el incómodo trayecto en autobús hasta la noche en vela y el entierro a la mañana siguiente, se percibe una anomalía inquietante: Meursault no parece experimentar emoción alguna. Tras el funeral, se reencuentra con Marie (Rebecca Marder), una conocida, y comienzan una relación. Nada cambia: él sigue mostrándose distante, incapaz de expresar sentimientos. Ni siquiera las conductas violentas de sus vecinos (uno maltrata a su perro, otro a su pareja) despiertan en él una reacción moral.

Meursault es reservado, apático y está completamente desconectado de la vida, aunque parece arrastrar una necesidad difusa de llenar ese vacío interior. Un día, en una playa aislada, decide probar a sentir algo. Lleva un arma en el bolsillo y tiene a un hombre frente a él. Aprieta el gatillo. El asesinato de un árabe lo conduce a prisión y a un juicio en el que justifica su acto culpando al sol. El veredicto es claro: pena capital, la guillotina le espera.

La furia de un hombre vacío

Ozon, apoyándose en una cuidada fotografía en blanco y negro, se toma el tiempo necesario para construir a Meursault en pantalla, permitiendo que el espectador se familiarice con su desgana vital, que impregna cada plano. La frialdad del filme es coherente con la del protagonista, aunque también termina lastrando la narración: El extranjero se convierte en una experiencia densa y agotadora.

El director sitúa a Meursault ante distintas circunstancias -la muerte de un ser querido, una relación amorosa y un conflicto violento- para mostrar su forma de reaccionar -o no hacerlo- ante el mundo. Benjamin Voisin encaja bien en este planteamiento exigente, componiendo un personaje contenido, sereno y emocionalmente neutro. Esa máscara solo se resquebraja cuando, ya condenado a muerte, se enfrenta a Dios encarnado en un sacerdote interpretado con solvencia por Swann Arlaud. Es entonces cuando aparece, por fin, un rastro de humanidad.

La película comienza adelantando el crimen: Meursault es interrogado en una celda y responde con su pecado: "He matado a un árabe". A partir de ahí, la narración retrocede para mostrarnos los días previos al asesinato en una Argelia marcada por la tensión entre colonos franceses y la población local, un contexto que, como casi todo, resulta irrelevante para el protagonista. Meursault se deja llevar por los acontecimientos sin reflexionar sobre ellos. De ahí que ayude a su vecino violento sin cuestionarse la moralidad de sus actos o que acepte la idea del matrimonio con Marie sin entusiasmo ni rechazo. Su respuesta habitual es un lacónico "no lo sé".

Desde el punto de vista estético, El extranjero roza la excelencia. La puesta en escena es elegante y depurada. Ozon apuesta por una narración sobria, sin excesos, confiando en la fuerza de la imagen y en diálogos precisos que perfilan con claridad a los personajes. Así que sí, Ozon se ha atrevido con Camus y, aunque el resultado puede resultar soporífero, el experimento está lejos de ser un fracaso.