Críticas
3,0
Entretenida
Quédate conmigo

Trabajos de amor no perdidos

por Suso Aira

Alguien que ha empezado a olvidarlo todo por culpa del maldito alzheimer se pasea por una casa que no va a reconocer pero sí que va a sentir en cada paso que de dentro de ella, de cada objeto que toque… Va a sentir amor porque ha sido edificada con ese sentimiento que se sobrepone al de la pérdida y al adiós de la memoria fundiendo a negro. Parece esto una escena de alguna adaptación de ese peligro público literario conocido por Nicholas Sparks (quien ya tomó el alzheimer en vano con aquello de El diario de Noa)y poco cuesta imaginarlo con una música sensiblera subrayando lo obvio. No es el caso de Quédate conmigo.

Esa escena, lo mismo que otras no menos proclives al desbordamiento lagrimal, está tratada con una austera delicadeza que funciona mejor que la puñalada trapera sentimentaloide. Delicado es el estilo del film, puede que a veces poco arriesgado, poco creativo (aunque la idea de utilizar lo de construir una casa como sinónimo de hacer material esa otra morada mental que son los recuerdos, es excelente), como si ese pudor y cariño por sus criaturas y sus circunstancias le hiciera quedarse como mero observador. Tampoco es una mala o equivocada elección. Así, un paso siempre por detrás, sin molestar con intromisiones, Quédate conmigo lo deja todo en manos de Genévieve Bujold y James Cromwell. Lo de ambos intérpretes es simplemente de ovación, sin ellos todo sería algo más convencional.

Cromwell es especialmente memorable por la manera que él (sólo él, no creo que ni director ni guión lo supieran ver tan claro como lo hace el actor) construye a su personaje: un Noé que sufre el castigo de un dios inmisericorde en la carne de su amada esposa y que se lanza a fabricar una particular arca de la memoria. Bujold no le anda a la zaga: su plasmación del alzheimer es un modelo de contención y estremecedora realidad, sin los trucos y tics de otras películas que vamos a ver pronto (Still Alice, por ejemplo). Si encima hubieran contado con un realizador de altura, un Leo Mccarey, ya todo habría sido redondo. Al final es un poco como lo que hace Sarah Polley en su faceta de directora y tampoco está eso tan mal. Peor es Nicholas Sparks.

A favor: Bujold Y Cromwell, sin ellos no habría película.

En contra: no hay un director con vida (o con memoria cinéfila) tras las cámaras.