Críticas
3,0
Entretenida
Nunca es demasiado tarde

Hay un Memento mori para ti

por Daniel de Partearroyo

La última misión del detective antes de retirarse, el último gran golpe del criminal antes de buscar una nueva vida, la última cabalgata del cowboy veterano hacia el atardecer... Son situaciones de partida y motores narrativos muy reconocibles y reutilizados en géneros épicos como el western, el policiaco o el cine de acción. En el caso de Nunca es demasiado tarde, segundo largometraje como director del italiano Uberto Pasolini —experimentado productor dentro de la industria británica, con éxitos a sus espaldas como Full Monty (Peter Cattaneo, 1997)—, la última misión que se presenta es mucho más humilde y mediocre en apariencia, pero con sus propias implicaciones trascendentales sobre la vida y la muerte. Antes de quedarse sin su empelo por recortes presupuestarios, un funcionario londinense dedicado a contactar con los familiares más próximos de aquellos ciudadanos que mueren solos se entrega en cuerpo y alma al cierre del último expediente que ha caído en sus manos.

La realización delicada y precisa de Pasolini fue galardonada en el Festival de Venecia con el premio de Mejor dirección de la sección Orizzonti. Aun así, el auténtico pilar del filme se encuentra en la matizada interpretación de Eddie Marsan, omnipresente protagonista que aparece en prácticamente cada plano. El británico da una lección maestra construyendo al modelo perfecto de tipo gris, alfeñique de oficina que intenta sobreponerse a su disfuncionalidad afectivo-social cuando se ve obligado a despedirse del líquido amniótico del trabajo burocrático donde se ha protegido chapoteando la mayor parte de su vida. Aunque la estupenda Joanne Froggatt (Downton Abbey) se cruza en su camino para demostrar que es una de las promesas más sólidas del cine británico reciente durante una acción tan simple como conducir mientras se sincera, es del rostro cuarteado de Marsan como copiloto y de la profundidad vaga de sus ojos hundidos al escucharla de donde emana la emocionante humanidad del relato.

Nunca es demasiado tarde es una película sobre el final de la vida y la soledad ante las despedidas definitivas que, asumiendo la cita de Joseph Conrad —"Vivimos igual que soñamos, solos"—, toma la decisión más lógica posible al desembocar en un final que, de forma inaudita, resulta a la vez tan valiente como complaciente con el patio de butacas. También morimos solos, pero soñando podemos tener la compañía de todas las personas que queramos.

A favor: El recital de expresividad apocada de Eddie Marsan, una especialidad propia.

En contra: Gotas sensibleras —el piano de Rachel Portman— que diluyen demasiado el humor negro y el potencial incómodo de algunas situaciones.