La mágica Irlanda
por Sara HerediaAmor en cuatro letras tiene mucho encanto cuando habla de azar y predestinaciones con la magia de Irlanda de fondo. Hace siglos que los paisajes verdes y el folclore irlandés han creado su propio género, el cual se alimenta y crece gracias a las leyendas y mitos tan típicas de estas tierras. Esta película dirigida por Polly Steele se adentra en ese universo tan reconocible que puede encontrar su público entre los seguidores de lo romántico, pero que podría haber sido mejor si se hubiera alejado de esas reflexiones poéticas que se suceden sin tregua a lo largo del metraje.
Quien sea fan de los dramas otoñales de las cosas irlandesas encontrarán aquí un pequeño rato de placer. Amor en cuatro letras es una cinta romántica con todo lo que hace de este tipo de historias un 'fan favourite': decepciones amorosas, flechazos a primera vista, el destino escrito en una carta...
La trama comienza cuando el padre del joven Nicholas recibe la llamada de Dios para que deje su trabajo en la administración pública y se marche a pintar. Al principio, Nicholas no entiende por qué les ha dejado a él y a su madre en su casa de Dublín para irse al Oeste, pero esto será el comienzo de toda una serie de hechos que terminarán por marcar su vida y la de una chica llamada Isabel que vive en una pequeña isla.
Se aprecia cierta opresión en la película. Los hechos transcurren en los años 70, donde la comunicación entre comunidades aún no era fluida y la vida de las mujeres en concreto estaba pactada desde la cuna. Eso queda representado en las localizaciones: un pueblo junto a un acantilado que sugiere que el mundo termina en esa línea de horizonte. No obstante, el guion también introduce momentos de libertad que permiten a los protagonistas respirar y escapar, aunque sea por un instante, de esas ataduras. Lamentablemente, la película pierde fuerza en sus escenas más intensas. La búsqueda de profundidad emocional acaba volviéndose excesiva, rozando lo tedioso y sensiblero. Los sentimientos se subrayan demasiado, cuando habrían resultado más efectivos si se hubieran tratado con mayor sutileza.
A favor la elección del casting. Pierce Brosnan da a su personaje la dureza necesaria, pero sin desconectar con el público. Helena Bonham Carter tira de su carisma de siempre, que no por ser conocido deja de gustar. Y posiblemente Gabriel Byrne interprete al personaje más tierno de todo el conjunto, haciendo que su entrada en escena sea un brillo de luz en la densidad de las emociones. A destacar también la interpretación de Ann Skelly, una joven sobre la que recae el peso de la trama y que logra mantener el tipo junto a estos veteranos de la actuación.