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Este Episodio VII, aún dándome todo lo que me prometió, no es la película que me esperaba, porque lo único que no esperaba era una mala película. Las cosas son así, y por mucho que os guste, un día habréis de asumirlo. Y, lo que será más doloroso, un día el mismo Abrams tendrá que asumirlo de igual modo. Un día verá la película, acaso poco después de pillar por la tele en sesión de tarde la carrera de vainas de La amenaza fantasma, y descubrirá el inmenso fraude que pergeñó en 2015: un fraude carente de cualquier tipo de originalidad o iconicidad, que no aporta absolutamente nada a la mitología de Star Wars, y que por repetir repite hasta los planetas de siempre sin hacer otra cosa que cambiarles los nombres. Esto, junto con la lamentable banda sonora de John Williams (que sólo mejora cuando tras mucha escucha desesperada te das cuenta de que el tema de Rey es una joyita, y que la marcha de la Resistencia está ahí ahí), redunda en otro hecho indiscutible que imbrica directamente con el nuevo Hollywood que en los próximos años nos tendremos que comer acompañado de salsa de yogur: este absoluto e irremediable déficit de creatividad, de novedad, de ganas de hacer cosas que no hayamos visto antes.