La animación stop-motion está en peligro de extinción. Y si hablamos de la animación stop-motion para adultos, qué os voy a contar. Y eso que, cada vez que tenemos noticias de una, no son más que buenas noticias y alegrías. Como muestra, dos botones: Anomalisa, de Charlie Kauffman, disertación absolutamente maravillosa sobre la condición humana, y Mad God, epopeya imposible de Phil Tippet, ganador de dos Óscar por El retorno del Jedi y Parque Jurásico, y al que le llevó poder hacerla más de treinta años.
En 2009, se estrenó Mary and Max, una película de animación stop-motion para adultos que, a la postre, se ha acabado convirtiendo en una cinta de culto, alabada por todos los que han tenido la oportunidad de verla (que, tristemente, no son demasiados), y con una trama bastante controvertida y espinosa.
Mary and Max cuenta la historia de una larga amistad: la que nace entre un hombre de cuarentaytantos, retraído y obeso con Asperger y que vive en Nueva York, y una niña australiana de ocho años que vive en Melbourne. Una auténtica obra maestra que duele, preciosa y visceral, y que cualquier amante del cine no debería perderse por nada del mundo.
El realizador, Adam Elliot, se hizo popular con un corto realizado en 2003 llamado Harvey Krumpet, ganador de 18 premios internacionales, entre ellos el Óscar al mejor corto animado y menciones en festivales tan prestigiosos como el de Annecy o Toronto, Sundance y Sitges. Ahora, 15 años después de Mary and Max, y 9 desde su última obra, Ernie Biscuit, estrena en cines Memorias de un caracol, una nueva incursión en el tema de la amistad y las personas inadaptadas y neurodivergentes. Su estreno está previsto en cines para el próximo 31 de enero.
Puedes ver el clip en exclusiva sobre estas líneas.
En Memorias de un caracol vamos a acompañar a Grace Pudel, una solitaria e inadaptada niña aficionada a la colección de figuritas de caracoles y romántica empedernida. Vive atormentada por la precoz muerte de su padre, un hecho que la lleva a separarse de su hermano mellizo, Gilbert. Un día, conoce a una anciana llena de vida, excéntrica y con una personalidad arrebatadora llamada Pinky. Juntas lograrán forjar una amistad que cambiará sus vidas para siempre.
Adam Elliot es garantía de calidad y de saber contar las historias para que nos lleguen duro y directo al corazón. Memorias de un caracol se merece todo el éxito del mundo, sin duda, en una cartelera a veces sobresaturada de películas sin alma y productos manufacturados como churros. A partir del 31 de enero podremos disfrutar de ella en los cines. Yo no me la pienso perder.