Reconozco que cuando fui al cine a ver Psycho (Psicosis), el remake de Gus Van Sant, me sentí herido. ¿Cuál era la necesidad de hacer, plano a plano, una nueva versión de la obra maestra de Alfred Hitchcock? El tiempo, sin embargo, ha dado la razón al director, que, cuando consiguió el éxito gracias a El indomable Will Hunting, consiguió carta blanca en Universal para hacer lo que quisiera, incluso si era un producto tan absurdo como este, que él mismo calificó como "engaño de marketing". Pudo hacerla, se gastó 60 millones de dólares (de los que recuperó solo 37) y dejó para la historia del cine una pieza fascinante de cultura pop.

Vivo con mi madre en un castillo
Vince Vaughn y Anne Heche aportaron su pequeña dosis interpretativa para diferenciar la versión de 1998 de la de 1960, mientras Van Sant estaba pendiente de hacer todo igual que Hitchcock. No siempre pudo, porque no consiguieron saber exactamente cómo lo hizo el director original, dónde tenían que colocar a los actores en relación a la cámara, así que no les quedó otra que basarse en Psicosis y rezar para que quedara aparente.
Aunque parece un trabajo tedioso, más propio de un museo o de un cine de arte y ensayo, lo cierto es que el equipo se lo pasó bien rodando durante el mes y medio que duró la producción. Tanto, que incluso John Woo se pasó por el rodaje a aportar su granito de arena y dejarles su cuchillo de cocina para la mítica escena de la ducha. Significó tanto que incluso acabó en los títulos de crédito, en la sección de "Agradecimientos especiales".

La película acabó llevándose dos Razzies (a peor remake o secuela y a peor director), pero con el tiempo ha sabido apreciarse. Tanto, que incluso en 2014 se hizo una versión llamada Psychos para la web de Steven Soderbergh, Extension 765, donde ambas películas se mezclaban (quitando el color a la contemporánea). ¿Tomadura de pelo u obra de arte? Me temo que nadie puede dar una respuesta definitiva.