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    Ana Schulz: “Mudar la piel’ habla del conflicto vasco pero sobre todo de cómo asimilamos al otro”

    Entre el cine de espías y el documental de creación, la cineasta firma junto a Cristobal Fernández esta ópera prima que despuntó en Locarno y San Sebastián.

    Ana Schulz, fotógrafa, y Cristobal Fernández, editor de filmes como L'âge atomique (2012) o Mimosas (2015), firman Mudar la piel, un trabajo tan inclasificable y mutante como el personaje al que intentan retratar, Roberto Flórez, antiguo espía del CESID, de trayectoria polémica, y uno de los mejores amigos del padre de la cineasta, Juan Gutiérrez, antiguo mediador en el otrora espinoso conflicto vasco. Mudar la piel comienza con una fotografía en la que se ve a Roberto borroso, años después de haber desaparecido de las vidas de esta familia, y esa foto es el punto de partida por el que Schulz y Fernández comienzan su investigación. El resultado de sus pesquisas toma la forma de una cinta a caballo entre el thriller de espías y el documental de creación, y que ofrece una sentida reflexión sobre aquellos años de plomo y sobre el enigma de la identidad. 

    La figura de Roberto, su amistad con Juan Gutiérrez, tu padre, y todo el contexto del conflicto vasco. Hay muchas tramas en 'Mudar la piel', y quería saber cuál de todos los temas os atraía más.

    Ana Schulz – Éramos conscientes de que manejábamos distintos niveles de historias en difícil equilibrio. Pero, de primeras, el tema de la identidad era lo que más nos atraía. Roberto es una persona que se ha entrenado en el ejercicio de asumir diferentes identidades y eso nos fascinaba, pero al mismo tiempo era algo que nos producía mucha inquietud. Nos preguntábamos si la cámara iba a conseguir captar algo que nosotros no lográbamos ver en esa persona tan escurridiza. Acercarte a un espía, claro, siempre va a plantearte dudas, porque nunca sabes si en el momento en que hablas con él estás delante de esa persona o está interpretando un papel. En ese sentido, nos parecía muy interesante porque de algún modo todos asumimos roles diferentes según la situación en la que nos encontramos y todos actuamos un poco en nuestro día a día. Pero en el caso de Roberto, también estaba la cuestión de hasta qué punto él era un traidor y hasta qué punto esas cuestiones son algo que le daba igual.

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    Más que una película definitiva, 'Mudar la piel' documenta todo lo que habéis pasado: vuestros miedos, dudas e interrogantes. ¿Cuándo decidisteis utilizar esta estructura de película–proceso?

    Cristobal Fernández– No fue algo premeditado, sino que vino dado después de hacer frente a una serie de dificultades sobre la propia historia de la película. Una vez nos dimos cuenta de los escollos que teníamos que ir superando, sentimos esa necesidad de filmarnos a nosotros mismos y contar nuestra relación con el personaje. La estructura de la película también se dio porque tardamos tiempo en concretar la película. Quiero decir, filmábamos y montábamos casi enseguida lo que íbamos acumulando, por lo que tuvimos algo más de margen para la improvisación.

    Ana Schulz – Esa forma final de la película, que tiene forma de proceso, también refleja esa sensación de que ya no había marcha atrás con el proyecto, porque habíamos invertido tanto en el filme que, de alguna manera, los obstáculos fueron un reactivo para el ingenio. Y creo que esta forma tan abierta de la película también muestra las opciones y problemas que nos fuimos encontrando, y al mismo tiempo abre sentidos. Al resistirse a nosotros, Roberto nos regaló otra película y nos hace imaginar todas las películas que podrían haber existido. Porque hay cientos de cosas sobre su persona a las que era casi imposible acceder, ese relato en primera persona de su vida dentro de los servicios secretos, lo que le sucedió, lo que vivió, su paso por la cárcel… Es obvio que no se podía permitir a sí mismo que todos esos detalles salieran a la luz. 

    ¿Cómo era, entonces, vuestro sistema de trabajo? Hay un momento en ‘Mudar la piel’ en que parece que ni tu padre ni Roberto entienden qué es lo que pretendéis exactamente con la película.

    Ana Schulz – Roberto no acababa y creo que no acabó de entender nuestra forma de trabajo. Tampoco mi padre, en efecto, comprendía este interés nuestro por el proceso y por dejar que las dudas nos guiaran. Tuvimos que hacer mucha pedagogía al respecto, al menos con mi padre. Nos interesaba también hacer visibles en la película esas negativas y esas contradicciones, porque a pesar de todo la película está y existe.

    ‘Mudar la piel’, de hecho, comienza con un primer problema, una llamada de Roberto en la que os dice que no quiere aparecer en la película. Es muy sugerente esa primera imagen, además, con la que arrancáis, el teleférico de Madrid, como si estuvierais suspendidos en mitad de la nada.

    Cristobal Fernández– Muchas personas nos han dicho lo mismo. Creo que debe de ser porque tenemos todos esa imagen interiorizada de los teleféricos o parques de atracciones en películas de espías. Me viene ahora a la cabeza la imagen de la noria de El tercer hombre, la película de Carol Reed, por ejemplo. Pero, entre los referentes que teníamos un poco en mente sobresalía La conversación, de Coppola. Salvando mucho las distancias, queríamos reflejar ese clima de paranoia que de alguna manera nos fue cercando: esa sospecha de que nos estaban escuchando y de que nos vigilaban.

    Ana Schulz – Estuvimos buscando muchas localizaciones, y, en el caso del teleférico, fue un lugar donde hicimos muchas fotos porque era uno de los escenarios que teníamos más claros para la película. Nuestro primer planteamiento a la hora de imaginar la película era filmar a mi padre en su casa, en el interior y el calor del hogar, rodeado de sus libros, para después tratar de conseguir esa reunión con Roberto ya en un espacio público. Nos gustaba la imagen de los dos hablando en un espacio lleno de gente, donde todo el mundo puede escucharte.

    Nuestro interés era poder contar esta historia desde un punto de vista no ideológico, porque después de tantos años de narraciones tan polarizadas queríamos profundizar en las zonas grises, situarnos en el lugar de la equidistancia.

    ¿Creéis que existe una necesidad de ver y leer nuevos relatos en torno al conflicto vasco y a lo que se vivió en Euskadi durante esos años de plomo?

    Cristobal Fernández– Creo que sí, que está en el ambiente la  sensación de que la gente necesita escuchar otro tipo de relatos una vez se está estudiando esta cuestión en perspectiva.

    Ana Schulz – Mudar la piel habla del conflicto vasco, pero sin hablar de ello. Está ahí, sin duda, pero creo que la película trata de cómo asimilamos al otro. Hay algo casi metafísico, y me parece que tiene que ver con lo que significa la posición de Juan, en el sentido de la figura del mediado es alguien que busca a la persona más allá de lo que ha hecho, de si es un ladrón, un espía o lo que sea. Nuestro interés era poder contar esta historia desde un punto de vista no ideológico, porque después de tantos años de narraciones tan polarizadas queríamos profundizar en las zonas grises, situarnos en el lugar de la equidistancia, que ahora mismo también es un concepto algo polémico.

    ¿Sabéis si Roberto ha visto 'Mudar la piel'?

    Cristobal Fernández– Que nosotros sepamos, Roberto no ha visto la película. Al menos no en los pases públicos del trabajo que hemos tenido hasta ahora. Vamos a ver qué pasa.

    Ana Schulz – No vamos a ocultar que nos da algo de miedito, la verdad, pero estamos muy seguros de la película, en el sentido de que no desvela nada problemático y que hemos intentado profundizar en el enigma antes que señalar los detalles más polémicos de su vida, que sí se han publicado en algunas semblanzas escritas en medios.

    ¿Cómo vivisteis el pase de ‘Mudar la piel’ en el Festival de San Sebastián? Es la ciudad donde creciste y ahí todo el mundo conoce a tu padre.

    Ana Schulz – Fue muy emocionante. Cuando acabó la película se acercó mucha gente conmovida tras recordar todo lo que se cuenta en la película. Pero fue curioso también. En su momento, mi padre fue una figura peculiar: venía del extranjero y era un profesional de una disciplina que aquí no se estilaba. Era inclasificable porque no se alineaba con uno u otro partido, y, por tanto, llegó a ser una figura incómoda. Por entonces se creó el bulo de que mi padre era agente de la CIA. ¡Imagínate! En el pase en Donosti hubo personas que se disculparon por haber creído ese tipo de cosas. Más allá de estas anécdotas, fue un pase muy bueno. En Locarno, por ejemplo, el público estaba más interesado en cuestiones cinematográficas y políticas, pero en Donosti la recepción fue más humana.

     

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