Mikaela es de esas películas que no engañan a nadie: viene a ofrecer acción, tensión y un par de giros suficientes para mantenerte pegado a la pantalla. Daniel Calparsoro repite fórmula, con ese pulso que le conocemos en el cine de atracos, y aunque no se arriesga demasiado, la mezcla funciona. Se ve con facilidad, sin exigir demasiado, pero consigue entretener, que al final es lo que uno busca en un thriller de este tipo.
Lo que marca la diferencia aquí es Antonio Resines. Es un actor que da igual el registro, siempre resulta creíble y cercano. Su presencia aporta humanidad y un toque de ironía que equilibra los momentos de mayor tensión. Esa capacidad de mezclar el dramatismo con pinceladas de comedia ligera le sienta bien a una historia que, de otro modo, correría el riesgo de volverse demasiado rutinaria.
La trama, como suele pasar en este tipo de películas, se mueve entre clichés reconocibles y alguna sorpresa aislada. No es una obra que destaque por su originalidad, pero sí sabe manejar los ritmos: cuando toca acción, la hay; cuando toca pausa, se da espacio para que los personajes respiren. A veces se percibe demasiado previsible, pero nunca hasta el punto de aburrir.
Visualmente, Calparsoro demuestra oficio en las escenas de atracos y persecuciones. El montaje es ágil, la acción está bien resuelta y se agradece que no abuse de artificios digitales. Sin embargo, hay momentos en los que se echa en falta un poco más de garra, un riesgo mayor para elevar la propuesta por encima del mero entretenimiento funcional.
Lo interesante es que, pese a la sensación de déjà vu, hay un intento de darle un componente más humano al relato. No se queda solo en el espectáculo, sino que busca que el espectador empatice con los personajes. No siempre lo consigue, pero se agradece el esfuerzo de dotar de cierta profundidad a un género que a menudo se limita al puro artificio.
En definitiva, Mikaela es un thriller comercial que cumple con lo que promete: entretener durante hora y media sin pretensiones mayores. Tiene tópicos, sí, pero también a un Resines en plena forma y un director que sabe mover la cámara en la acción. Puede que no deje huella, pero consigue lo esencial: que el espectador disfrute mientras dura.