François es un director de cine que parece empeñado en un proyecto cinematográfico pretencioso que le surge de rebote, y con el que se obsesiona desde el principio: quiere hacer una película sobre los orgasmos femeninos, la “realidad” sobre ellos y la transgresión que supone mostrarlos sin censuras. Para ello ha pensado evitar contratar a estrellas porno, porque pueden fingir fácilmente cualquier paroxismo sexual, de forma que empieza a realizar entrevistas y castings con actrices “reales” las cuales, y como prueba de cámara, deben mostrar de lo que son capaces y qué grado de “naturalidad” podrán dispensar en el rodaje final. Expuestas a la desnudez y a su propia intimidad, las veinteañeras muestran, sesión tras sesión, una vulnerabilidad que, poco a poco, se vuelve contra François, ajeno a su propio entorno y centrado exclusivamente en hallar a sus musas perfectas. Mientras tanto, a su alrededor se le van acumulando las señales y las apariciones misteriosas que describen el esfuerzo que el Cielo está invirtiendo para acabar con él. Su propia esposa, los ángeles exterminadores y los extraños mensajes crípticos (mensajes reales que se enviaron por radio a la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial) son una nefasta premonición de su destino.
Parece que Jean-Claude Brisseau ha hecho lo que ha podido para imitar al maestro Cocteau en el uso de recursos que afronten una guerra de sexos no declarada. Aquí ha usado una combinación elegante de luces y sombras para las escenas lésbicas y de masturbación femenina, y este mismo patrón estético le ha servido para filmar, dos años después “A l’Aventure (2008)”, un absurdo drama erótico en el que la mujer vuelve a ser un objeto de deseo del espectador, y poco más.