Crítica de SensaCine.com para El último deber: Nam-myoho-renge-kyo

El tercer largometraje de Hal Ashby a partir de un guión de Robert Towne acompaña a un par de marineros veteranos que deben escoltar a un compañero condenado a ochos años de cárcel por una tontería. A modo de road movie sin coche, los tres protagonistas se embarcan en un viaje de cinco días en que los dos militares intentan que el joven a punto de acabar injustamente entre rejas cumplimente los ritos de iniciación masculina a la vida adulta: una borrachera, una pelea, un buen polvo...

Con la crítica a las aleatorias formas de represión de las instituciones norteamericanas como telón de fondo (el joven marino sufre las consecuencias de haber intentado pispar unos pocos dólares de un fondo de caridad), unos diálogos vívidos, directos y crudos, más una mirada oblicua a los turbulentos años setenta, Ashby y Towne construyen una comedia amarga donde los dos protagonistas intentan compensar su colaboracionismo fatalista con una decisión injusta de la armada procurándole a su ingenuo prisionero la posibilidad de vivir intensamente la vida durante unas cuantas horas.

A favor: Jack Nicholson tocado con la gorra de marino y el puro en la boca, en una de sus mejores y más matizadas interpretaciones. Y un no menos admirable Randy Quaid.

En contra: El paso del tiempo ha erosionado un poco su mordiente.